Existen escritores con los que nos identificamos de alguna manera y por alguna razón, que no siempre nos queda clara. Hay otros cuyos libros abandonamos a la primera lectura. Albert Camus se ha convertido para mí en un autor entrañable y la mayoría de sus libros son para hacer una relectura. La última obra que leí de él fue El revés y el derecho; me cimbró. Me obligó a recordar aspectos de la infancia y la juventud, vivencias familiares y elementos de reencuentro conmigo mismo.
Estoy por reiniciar su lectura.
He querido recordar a Camus por dos razones: una, porque al visitar recientemente algunas secundarias de la región, me encontré con la situación lamentable de que se presenta en ese nivel educativo, por las edades y circunstancias en que viven, una tendencia al suicidio entre los estudiantes. Al escuchar los informes, de inmediato vinieron a mi mente las primeras líneas de El mito de Sísifo donde dice:
“No hay sino un problema filosófico realmente serio: el suicidio. Juzgar que la vida vale o no la pena de ser vivida equivale a responder la cuestión fundamental de la filosofía”. Esto es terrible aplicado al hecho de que cada vez hay más muertes de adolescentes y jóvenes por mano propia. Un caso dramático de los que se comentaron en las escuelas fue el de un jovencito que intentaba quitarse la vida para “ser una boca menos que alimentar en su casa”. Ante la pregunta de si la vida vale la pena ser vivida, un buen número de adolescentes con sus actos contesta que no. Esto es parte del absurdo que Camus intentó entender y explicar con su filosofía y su literatura.
La otra razón por la que recuerdo al escritor argelino-francés, caracterizado por esa sensibilidad ética que está presente en sus obras, es porque el pasado 7 de noviembre se cumplieron 105 años de su natalicio. Buen pretexto para retomar su lectura. Tengo a la vista dos obras que esperan ser abordadas:
El exilio y el reino y La muerte feliz, además de volver a trabajar El revés y el derecho. Hay que leer a Camus.
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