Cien años después del punto y final a la carnicería de 16 millones de personas que supuso la Gran Guerra, París es escenario hoy de una peculiar coreografía del multilateralismo en la que la imagen captada por la opinión pública mundial no ha sido precisamente la de unidad. Un siglo después, una tormenta perfecta de factores geoestratégicos, económicos, políticos, culturales y sociales crece por momentos y parece dispuesta a tragarse, de nuevo en un abrir y cerrar de ojos, todo lo construido pacientemente por las grandes potencias. El auge de la derecha populista, la debilidad del arquetipo de liderazgo moderado encarnado por Merkel, el triunfo de un nuevo canon de gobernantes asertivos y agresivos (Trump, Putin, Erdogan, Bolsonaro...), la vuelta del aislacionismo que supone la guerra comercial desatada por EE UU a escala global y el coma cerebral en el que ha entrado la UE tras el Brexit... ¿Compone esta constelación de síntomas un cuadro análogo al que sufrió Europa y el mundo precisamente a partir del cierre en falso de la Primera Guerra Mundial que se conmemora hoy en París bajo la presidencia simbólica de Emmanuel Macron, el líder francés peor valorado de toda la V República? ¿Estamos vacunados contra una nueva tragedia?
Rafael Calduch, catedrático de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense, es partidario de defender un cauto optimismo al respecto. «Estamos vacunados contra aquellos males. Aunque el problema es que la historia suele repetirse, pero no exactamente de la misma manera y, más importante, no en la misma generación». La Europa actual y la de entreguerras, explica Calduch, son diferentes en un aspecto fundamental: hoy en día hay clases medias muy amplias en la mayoría de naciones europeas, en algunos países son incluso un 75% de la población. Aunque datos de esta índole invitan a la tranquilidad, lo cierto es que este experto alerta también sobre el hecho de que no estamos vacunados contra los demonios que han proliferado en los últimos años: «Existen nuevos nacionalismos de ultraderecha similares a los que emergieron en Europa entonces. También movimientos populistas con aparentes reivindicaciones sociales pero que en realidad quieren alcanzar el poder para implantar regímenes autoritarios». En definitiva las formas han cambiado (ahora el debate tiene lugar en las redes sociales) pero el trasfondo es el mismo. «Aún no hay polarización social pero la amenaza existe», concluye Calduch.