El separatismo cumple un siglo y su estelada intrusa sustituye en el paisaje a la «senyera» constitucional. Los primeros «escamots» se reclutaron en 1925 para atentar contra el Rey y Primo de Rivera al paso del tren por la costa de Garraf. La fallida acción de la Bandera Negra de Pagès, Cardona, Compte y Badía fue la simiente del intento de invasión de Prats de Molló –noviembre de 1926– por el grupúsculo de Estat Català del excoronel Macià: «El separatismo catalán intentó su revolución contra la dictadura militar y la monarquía, pero fracasó», advierte Enric Ucelay-Da Cal en su recomendable «Breve historia del separatismo catalán» (Ediciones B).
En los fracasos separatistas, la historia se repite. El autor subraya la desconexión entre lo que predicaban los separatistas y sus batacazos con la realidad. Al final de la Gran Guerra del 18, «les pareció que la independencia llegaría regalada desde fuera de España sin ningún esfuerzo, como a tantos otros países». No hubo nada.
Al volver de su exilio –en Bélgica– «l’Avi» Macià renació como «capdill» en las municipales de 1931 que trajeron la II República. Su poder, señala Ucelay Da-Cal, «no se fundamentó en una mayoría parlamentaria (que la tenía, y absoluta). La proclamación del 14 de abril fue metaplebiscitaria, es decir: el pueblo en la calle ratificó el voto municipal dos días antes». El separatismo es un populismo como el fascistoide Partido Popular Francés de Doriot, acota Ucelay Da-Cal: «El estilo ERC se confundía con la Generalitat y esta con Esquerra, como sucedía en los regímenes de partido único, de derechas o de izquierdas, tan de moda en los años treinta». El carismático Macià alababa a las masas, como sucede ahora cuando Puigdemont cambia su decisión el 27-O por la presión de Twitter o funda la Crida en torno a su persona.
El separatismo conjuga dos pulsiones contrarias: la disciplina y el libre albedrío. La adolescencia se identifica con la «colla» y la utopía de una Cataluña independiente, añade el historiador: «Muy pocos de aquellos adolescentes se quedaron en el separatismo, estancados de por vida en una militancia adolescente. Algunos hombres mayores volvieron a los andares juveniles. Esto mismo le sucedió a Macià».
ERC fue un partido de aluvión. Tras la victoria electoral se desgajó en el Nosaltres Sols! de Daniel Cardona, las JEREC de Dencàs-Badía, la escisión de «L’Opinió» con Tarradellas… «Toda esta galaxia –ERC en su centro y pleno control de la Generalitat, con cuatro partidos alternativos orbitando a su alrededor– auguraba que nunca se formarían partidos separatistas serios», observa Ucelay Da-Cal.
Cien años después, la invención reivindicativa del «dret a decidir» se fundamenta en un supuesto «derecho a la autodeterminación» internacional. Tal doctrina, explica, «no es ley en ninguna parte (lo fue en la URSS y así acabó en 1991), se incluyó en el vaporoso proyecto de derecho Internacional de la ONU desde 1945 en adelante». Para que el derecho de autodeterminación llegara a a una mesa de negociación, resume, «tiene que haber grandes potencias muy interesadas en el asunto en cuestión. Y no es el caso de Cataluña».
Sopa de siglas en la Transición, el minoritario separatismo ha resucitado en la última década. Ucelay Da-Cal suscribe la tesis de la socióloga Marina Subirats que lo identifica como una utopía disponible. Tras el fallido golpe de septiembre y octubre de 2017, la estrategia independentista se ha revelado vulnerable, dice el historiador: «Se escuda en su propia fragilidad: si no actuamos, desapareceremos. Su instinto -individual en la calle; calculado y comentado en un comité, en un despacho -es seguir, huir hacia delante. El gobierno catalán, su escasa mayoría parlamentaria, rezuma debilidad».
Rehén de su prehistoria, la ERC de Junqueras no será nunca partido de gobierno: «Cuando cada mañana se despiertan sus dirigentes (en la cárcel o en sus casas), vuelven a la República y al anhelo del caudillo. Desde fuera, los observadores, en los diarios y blogs, esperan descubrir un ser ‘indepe’ capaz de actuar con realismo político».
Esa falta de realismo preserva el ensueño de la República Catalana. A juicio del historiador, «un producto imaginario, que responde a los deseos ‘indepes’ de los últimos años, igual que las camisetas y otra parafernalia de promoción de la estelada… Parece marketing ideológico sin mucha densidad. Funciona como un recordatorio de que existe el deseo de un régimen alternativo por parte de la mitad de la población. ¿Por qué? No se sabe muy bien». Con Puigdemont postulándose a caudillo en Waterloo y su peronista Crida Nacional retorna el personalismo «providencial» de Macià y Companys: “El Parlament es un añadido, no el espacio de debate decisivo”, concluye Ucelay Da-Cal. Del repaso histórico se desprende un corolario: nada constructivo cabe esperar de Junqueras y Puigdemont, los dos caudillos del separatismo; nada más allá de la movilización callejera y la agitación anticonstitucional.