Hoy la política avanza que es una barbaridad. Y lo que ayer parecía seguro, hoy resulta sólo probable, y quizá dentro de un rato sea del todo imposible. El ayer es una antigualla en la política de hoy. Nada de lo dicho, ningún compromiso, ninguna promesa, ninguna palabra dada mueve molinos. Aquí sólo vale el «hic et nunc».
A principios de año el PPCyL anunció que en verano tendría candidatos designados para pelear en las capitales y principales municipios de la comunidad y, por supuesto, que ya habría una cabeza vivible para disputar el trono de la Asunción. Ni lo uno ni lo otro. Después esa fecha se trasladó a octubre, la excusa la facilitaban las adelantadas elecciones andaluzas a las que el aparato tendría que dedicar todas sus fuerzas; y finalmente, aunque vaya usted a saber, parece que los candidatos llegarán como los pastores al portal o el turrón a nuestras casas, por Navidad.
Qué duda cabe que las cosas no están entre los populares castellano y leoneses como en otros tiempos. La balsa de aceite en la que han flotado durante décadas, en medio de un calma chicha a veces soporífera, se ha convertido en poco tiempo en la balsa de Medusa (de la que sólo salieron vivos quince de un total de ciento cincuenta náufragos. ¡Ahí lo dejo!).
Es lógico que esté costando colocar los nombres en las casillas. Hay que mirar demasiado. Los cambios no pueden ser drásticos, pero tampoco se puede proponer más de lo mismo. Se ha de buscar el equilibrio. El PSOE no parece que vaya a acometer la revolución pendiente en los próximos meses y Ciudadanos tendrá que decidir si sigue o innova. Pero es el PP, con un granero de votos consolidado, el que debe ir tomando posiciones. Se habla de renovación y, aunque seamos Castilla y León, esa tierra en la que cualquier cambio acaba en un Urbasón inyectable, el personal los espera.
Y el problema está en que el dios Cronos no nos deja parar quietos. Se empeña en deshojar días y semanas a velocidad de vértigo, y a la chita callando ya estamos en noviembre, a poco más de medio año de la llamada a las urnas. Al elector le gusta ir viendo, haciéndose una idea del candidato. Y, ahora que estamos en tiempo de ello, catar el mosto para saber si dará buen vino, de ese que no se pica con los primeros calores. Y, aunque tampoco vamos a exagerar (a nadie le quita el sueño quién sea el candidato. A nadie que no aspire a serlo, al menos), no conviene echarse la siesta del carnero. No vaya a ser que luego con las ansias, no sepamos distinguir los platos.