Te lo cuento con perlas de realidad:
Vivir las parrandas con José Alfredo en El Tenampa no era un sueño, era una confrontación con aquella vida donde uno asume su machismo o se lo lleva a uno la chingada. Disputarle una mujer era peor que una resaca. Mejor mirar a otra parte. Él era el rey. Y aprendí con él a tomar a carta cabal lo que a cada quien le corresponde.
Eso no quiere decir que yo fuera una santa. Años después —cantando en el Blanquita—, ya era una alcohólica consumada. Salía borracha a cantar “La macorina”. No terminé la canción… Carmen Salinas tuvo que sacarme del escenario porque andaba perdida. No me preguntes el año porque el tiempo que vivo no es de mi incumbencia. Pero sí recuerdo a Noelia Noel, una belleza de hembra, que andaba con el actor Noé Murayama. ¡Me encantaba! La seduje. Hasta un diario de esos del espectáculo publicó en primera plana: “¡Chavela Vargas le baja a Murayama a Noelia Noel!”.
Yo ya estaba descontrolada. Fue mi última actuación en un foro teatral. Desaparecí de la vida artística. Me refugié en el tequila a rumiar mi fracaso. Fracaso porque abandoné lo que más amaba: cantar a esa “tu boca, carne de anón”, esa pulpa blanca, dulce y digestiva. Me alejé del mundo, tanto, que me dieron por muerta hasta que aparecí nuevamente en el bar de Jesusa Rodríguez y Liliana Felipe, liberada de la parranda. Renací, no es ninguna exageración. Cantar sin tragos fue la recuperación de aquella mujer que vino huyendo de Costa Rica para encontrarse con el arte en México.
Por eso soy mexicana, porque se me pega la gana, porque amo este país, porque él me dio lo que en ninguna parte del mundo me otorgaron: el privilegio de ser yo, la de sarape, pantalones y trenza a la espalda. Sí, es cierto, no me concedieron los grandes teatros como a otras mujeres igualmente talentosas. No, porque yo era de otro modo, ¿sabes?, a la contraria, dura de roer, difícil de aceptar. Por eso andaba con los más machos de México: José Alfredo, Agustín Lara, Pepe Jara… No era menos que ellos y no pretendía ser mejor que ellos. A mi forma y a mi gusto, busqué por mi parte a las mujeres que me dieron la oportunidad de sentirse protegidas en mi seno.
¿Lesbiana? Me da igual el nombre. Frida Kahlo era la mujer de Diego Rivera y nadie le dijo lo que tenía qué hacer en la obscuridad. Éramos mujeres donde el manto de la noche nos daba la libertad de ser nosotras. Formábamos parte del corrillo de chismes a nuestro alrededor. ¿Y qué? Lo bailado ya nadie nos lo quita. Fuimos por soledad al camino de nosotras mismas. No es poco…
No hice nada por ser yo: fue mi propio espíritu.