La capital del Estado de México tiene un movimiento cultural creciente; se forman grupos de artistas para impulsar proyectos comunes, se abren espacios con mayor o menor presupuesto para atender la demanda de público y la propia comunidad artística de la ciudad y, en general, se oferta una cartelera amplia, constante y de alta calidad en muchas ocasiones. Se respira, pues, un movimiento plural y convergente en el interés de crear arte, preservar y rescatar las expresiones artísticas, artesanales y de reflexión de Toluca, sus pueblos, barrios y colonias, en una dinámica que incluye, desde luego, otros centros de convivencia social de la región, como Metepec o Zinacantepec, por citar sólo dos municipios colindantes.
No siempre fue así. En los años sesenta, ante la falta de espacios culturales, los artistas jóvenes que vivían en Toluca pugnaban por que se creara esa infraestructura para presentar ahí sus propias creaciones y, cuando la necesidad los alcanzaba, improvisaban los suyos. Es así que tocaban las puertas de escuelas, tomaban plazas públicas, coreaban en los centros de reunión social su arte; era notable la efervescencia cultural que latía en los cafés, los museos, los auditorios, las imprentas, para escenificar obras de teatro, montar exposiciones, dar conciertos y recitales, editar libros y periódicos… Así había que abrirse paso: a empujones y a veces dando manotazos para llamar la atención de la opinión pública, la burocracia y los estudiantes.
Una sólida generación de artistas dio esa batalla: el grupo Letras, el Ateneo, TunAstral y más artistas sin grupo, promotores, cronistas, periodistas y profesores desde sus trincheras hicieron muchas actividades que redundaron en la emergencia de las expresiones a las que hoy asistimos con normalidad. Allí estuvieron Mario Colín, Gustavo G. Velázquez, Pastor Velázquez, Alfonso Sánchez García, Carmen Rosenzweig, Margarita García Luna, Carlos Olvera, Francisco Paniagua Gurría, Hernán Bravo Varela, Benito Bernáldez Giles, Alejandro Ariceaga, Rosaluz Velázquez, Gustavo Velázquez hijo y muchos más… una lista larga, fecunda en genio creativo y temperamento para defender e impulsar los derechos culturales de la sociedad toluqueña.
Debemos a su memoria estudiar su obra y su legado, que en mucho contribuye a fijar su paso por la vida pública de la ciudad… Justamente en ello me detengo. Los herederos de estas grandes figuras de la comunidad cultural aún tienen frente a sí el reto de resguardar sus archivos, y no solo eso: leer y clasificar legajos, libros, obra inédita, apuntes manuscritos, directorios… información que, a veces ordenada, a veces sólo acumulada, exige su publicación para ser difundida correctamente.
Y es aquí donde está el nicho de oportunidad de los estudiantes y egresados universitarios dedicados a las ciencias de la información documental y el estudio de la literatura, para completar su formación o bien para ejercer su profesión: apoyar a ordenar esos archivos de quienes nos antecedieron, bajo acuerdos justos que reivindiquen la profesión, para que lectores y admiradores de aquellos personajes podamos valorar mejor la impronta de esa obra magnífica que, de perderse, será una lágrima más bajo la lluvia de temporada. Al tiempo.
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