Algunos políticos españoles, tanto del sexo masculino como femenino, se pasan la vida pegándole patadas al diccionario y a la gramática. No muestran respeto alguno por los académicos del orbe hispánico y creen que ser diputado o senador les da una sabiduría especial y patente de corso. Se enfrentan a personas que se han pasado toda la vida entregados a la investigación de un idioma que lo hablan ya en el mundo 574 millones de seres humanos. Pero lo peor de todo es que pierden la vergüenza y el decoro con la cantidad de barbaridades que se atreven a decir por defender supuestamente al género femenino.
Veamos brevemente ejemplos aberrantes y de una distorsión más diletante que lógica. También quisiera mostrarlo desde el ángulo más divertido, porque genera siempre sorpresa, incredulidad y hasta estupor, cuando se dan paradojas insólitas. Se trata de que el sistema propicia la creación de palabras del género femenino para personas del sexo femenino cuando aquéllas terminan en –o. Por ejemplo, médico/médica, ministro/ministra, ingeniero/ingeniera. Realmente, durante algunos años parecía extraño decir la ministra porque todo el mundo estaba acostumbrado a decir el ministro y la ministro. Hasta ahí se podría pensar que el machismo inusitado de los hombres era muy intolerante. Pero la sociedad evolucionó de una manera radical. Primero, el sistema comenzó a convertir en voces femeninas los sustantivos del género masculino que terminan en –ente si se requiere designar a una persona del sexo femenino: Sirviente/sirvienta, cliente/clienta, presidente/presidenta. No había mucha necesidad de hacerlo, ya que lo normal habría sido el paso de los terminados en –o a –a. Hubo extrañeza cuando, de repente, el supuestamente machista gerente tuvo su femenino en gerenta y también se aceptó como algo normal. Se trata de palabras que se forzaron en algún momento en aras de las desigualdades mujer-hombre.
Muchos académicos de la lengua, ya muy maduros y chapados a la antigua, tragaban ruedas de molino para no verse señalados por las tradicionalmente vapuleadas mujeres. Pero se fuerza el idioma hasta límites insospechados en palabras no sexistas como juez (jueza), fiscal (fiscala), edil (edila), canciller (cancillera), concejal (concejala) o cónsul (cónsula), cuando bastaría con el artículo para determinar si se trata de un hombre o de una mujer, pues ya terminaba en –a o en otras vocales poco sospechosas de machismo. Una palabra como concejal, tan poco susceptible de machismo, pues hasta termina en a, forzó la creación de un femenino casi violento, como es concejala, con doble a. Las palabras de referencia no son juezo, fiscalo, concejalo, cónsulo, cancillero, edilo. Pero el idioma avanza a veces dando trompicones.
En lugar de tanto atentado contra la lengua española, lo que tienen que hacer es conseguir de una vez por todas la paridad social, pero no inventando palabras y dando constantemente insultos a diestro y siniestro, sino trabajando. Esta boutade, que lleva años, se quiere agravar ahora con invenciones de palabras del “tercer género” y ahí llega galopante la alcaldesa de Madrid que cada día nos recuerda más al Cid Campeador. Ahora, la señora de Madrid ha reivindicado en varias ocasiones la utilización de la ‘e’ como tercer género lingüístico y ha dicho que “ya no valen la ‘a’ o la ‘o’”. Así, Carmena ha animado a colaborar “con ellas, con ellos y con elles”, en relación a las reivindicaciones de colectivos, y se ha referido así a la audiencia: “Queridos, queridas, querides”. Sabrá mucho de leyes, pero de la lengua española no tiene ni la menor idea.
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