El mundo mágico de la abuela resultaba fascinante. Vivía dentro de él. Era su mundo, hubiera dicho García Márquez del argentino Lionel Messi, según para muchos, el mejor jugador de futbol visto en acción en los últimos 10 años, con un agregado de Thierry Henry, “año tras año”.
El Messi que vimos frente al Sevilla en la disputa de la Súper Copa de España, sin haber tocado una pelota en juego oficial desde la eliminación de Argentina en la Copa del Mundo, fue notablemente funcional como filtrador, estableciendo conexiones precisas constantemente tanto con los hombres que se mueven en el área, Luis Suárez y Ousmane Dembélé, como quienes se mueven a su lado, a lo Coutinho, o se proyectan por las bandas, como Jordi Alba el domingo, y Sergi Roberto, y asegurar que la presencia de Arturo Vidal, sea una amenaza agrandada. Puede que veamos a Messi un poco atrás, garantizando el mejor manejo de los hilos de este Barcelona que no tiene a Xavi y tampoco a Iniesta, esperando que Arthur se adapte lo más pronto posible, con Busquet como freno, recuperador y contragolpeador.
El británico John le Carré publicó en 1986, uno de sus libros clásicos sobre espionaje: “El espía perfecto”. Eso podría pretender el técnico Valverde con la funcionalidad de Messi en este 2018-2019, multiplicando las oportunidades del equipo azulgrana. Un personaje como Magnus Pym, capaz de desaparecer, burlarse de todos sus perseguidores, crear desajustes y prevalecer como factor de desequilibrio.
Si hay alguien en la redondez del planeta, capaz de eso en el rectángulo de juego, es Messi, sobre todo, en esta etapa de su carrera, cuando con la rivalidad con Cristiano Ronaldo evaporada en la liga, puede dosificar sus esfuerzos sin recortar su brillantez, trabajando como lo que realmente es, un veterano que a diferencia del portugués, no depende de su ímpetu, sino de su utilidad al servicio del colectivo.
¿Quiere decir esto que Messi va a olvidarse de sacudir las redes? De ninguna manera. Su destreza para maniobrar y su lectura en las combinaciones, le va a permitir disponer de posibilidades, sin quedar reducido a los tiros libres, pero no será su principal preocupación.
Frente al Sevilla, Messi, sin estar próximo al tope de sus facultades, estuvo entregando pelotas con olor a gol para todos. El Barsa no debió haber sufrido tanto hasta el punto de necesitar que Ter Stegen, el arquero alemán, detuviera un penal en el minuto 90 para asegurar el 2-1.
Buscando a Messi por la derecha y por el centro, y viendo como metía pelotas entre líneas con esa maestría que lo identifica, sus compañeros lo buscaban más que los perseguidores de Magnus Pym en la novela de Le Carré.
Él, a la inversa del espía perfecto, en lugar de ocultarse se mostraba de cuerpo entero para recibir balones en cantidad y se movía con libertad para colocar sus pases con precisión quirúrgica.
Consideremos que estaba estirando sus músculos, quizás todavía no listos para responder a los dictados de su cerebro siempre en ebullición. Messi, un rato a lo Xavi, otro a lo Iniesta y otro como él mismo; es decir, sin olvidar la cabaña enemiga, sería de una mayúscula utilidad.