Si hubo un lema que el tándem De Guindos-Montoro explotaron hasta la saciedad en sus primeros años de mandato, ése fue el de la "herencia recibida". Uno y otro se quejaron amargamente de las cifras recibidas: una economía que se contraía a un ritmo del 2% anual, el paro no dejaba de crecer tras rebasar los 5 millones de desempleados y el déficit público, que el Gobierno anterior situaba en torno al 6% del PIB, en unos niveles desorbitados. Además, las cajas de ahorros agonizaban tras las llamadas fusiones frías y las primeras inyecciones de dinero público parecían no remediar el problema.