El 2 de octubre de 2016 Colombia quedó partida en dos. Casi una mitad, el 49%, votó ‘Sí’ al acuerdo para poner fin a la guerra con las Farc. La otra, el 51%, le dijo ‘No’. La paz, que parecía sellada siete días atrás cuando el presidente Juan Manuel Santos y el comandante guerrillero Timochenko la habían firmado en Cartagena, era rechazada por la mitad más uno del pueblo que llevaba padeciendo medio siglo de conflicto armado, y que acumulaba más de ocho millones de víctimas. A los ojos del mundo entero parecía inverosímil que un propósito que debía unir a toda una nación, terminará por dividirla. El país del realismo mágico también se vestía de incertidumbre, en el mismo año del Brexit y la elección de Donald Trump.
Santos había advertido, como en el apocalipsis, que se perderían cuatro años de negociación en Cuba, y que el país volvería por los caminos de la guerra si el pueblo no refrendaba el acuerdo de paz. Pero resolvió aquel empate técnico. Presentó un nuevo acuerdo, pero lo llevó al Congreso para que sus mayorías parlamentarias lo aprobaran. Quienes votaron por el No, liderados por el expresidente Álvaro Uribe, sintieron que les robaban la victoria conseguida en las urnas. Santos recibió el premio nobel de paz en Noruega. En las calles de Colombia se respiraba un ambiente de revancha y confrontación. Las heridas del plebiscito nunca cicatrizaron.
Este domingo los colombianos vuelven a las urnas. Están convocados para escoger al sucesor del presidente que pasó a la historia por desarmar a la guerrilla más longeva del mundo, pero también por dejar a Colombia más polarizada que en ninguna otra época. Santos, horas antes de las elecciones, y a manera de legado, las calificó de históricas, pues por primera vez en medio siglo, las Farc ya no incidirían a la hora de escoger presidente. “Las primeras elecciones en paz”.
Iván Duque tiene 41 años y quiere ser, como Macrón en Francia, el presidente más joven en la historia de Colombia. Es el candidato al que todas las encuestas le dan el favoritismo de pasar a la segunda vuelta. Representa a la derecha del expectro, y su intención de voto no baja del 40%. Sus adversarios lo señalan como el candidato que no respetará el acuerdo de paz con las Farc y que regresaría al país a los oscuros años de la guerra. Este joven bogotano promete la paz pero no a cualquier precio, pero advirtió que hará puntuales modificaciones al acuerdo firmado por Santos y Timochenko. Medio país cree que en sus manos la paz se escurrirá como agua entre los dedos. Lo califican de inexperto y aseguran que de llegar a la presidencia sería un títere del expresidente Álvaro Uribe, precisamente el líder del No en el plebiscito de hace dos años.
De un extremo a otro, un ex guerrillero del M19, aquella célebre guerrilla que robó al Ejército la espada del libertador Simón Bolívar, pero también la del holocausto al Palacio de Justicia (1986), ha sido el fenómeno de la campaña. Se llama Gustavo Petro, y como senador fue el más feroz opositor del gobierno de Álvaro Uribe, también fue alcalde de Bogotá, la capital del país, y ha quedado sin voz por más de 166 horas de discursos en plazas públicas que llena hasta la bandera.
Representa a la izquierda, confeso admirador de Hugo Chávez, aunque casi en el minuto 90 de la campaña marcó distancia frente a Nicolás Maduro. Su discurso cautiva e hipnotiza, promete cambiar la explotación de petróleo y carbón por energías limpias, páneles solares en los techos de las casas, y que la exportación de aguacates sea la que reemplace las divisas petrolíferas. Mientras los jóvenes lo ven como una esperanza, la élite lo mira con miedo. Aseguran que de su mano Colombia repetirá los pasos de la vecina Venezuela. Lo acusan de populista, y nadie sabe cómo materializará todo lo que promete desde las tarimas. Respetará los acuerdos de paz con las Farc.
Si las encuestas no se equivocan (lo han venido haciendo desde las elecciones de 2010), Iván Duque y Petro disputarían la segunda vuelta el próximo 17 de junio. Los dos extremos, la izquierda y la derecha, serían los que pasaran a la gran final.
Los otros candidatos>
Entre estas dos aguas, el centro se lo disputan tres candidatos. Sergio Fajardo, matemático de profesión, desafía a la clase política tradicional, salpicada en las últimas décadas por escándalos de corrupción como el de los sobornos de la firma brasileña Odebrecht, que pagaba millonarias coimas en todos los países del continente a cambio de contratos. Como profesor, la espina dorsal de su proyecto se concentra en la educación, lo apoyan partidos de centroizquierda, y recorre a pie las calles explicando sus propuestas, ciudadano a ciudadano. Los universitarios y los indignados parecen ser su caudal, y su carisma, ganado tras su paso por la alcaldía de Medellín, en cuya administración dejó de ser una de las ciudades más violentas del mundo, son su principal capital. Sin embargo los debates televisados han sido su talón de Aquiles, y se ha visto desbordado por sus adversarios.
Pero es Germán Vargas Lleras, nieto de presidente de la república (Carlos Lleras Restrepo), y exponente de la oligarquía bogotana, quien amenaza a acabar con la reputación de las encuestas, que lo relegan al penúltimo lugar de intención de voto, apenas con el 6%. Representa a la rancia clase política tradicional, y su candidatura se cimenta en las más poderosas maquinarias de los partidos políticos, y sus adversarios lo señalan como el mayor exponente de las viejas prácticas de hacer política. Hasta lo han acusado de comprar votos.
Fue vicepresidente de Juan Manuel Santos, quien le encomendó la política de vivienda e infraestructura, y lo puso cuatro años a regalar 100.000 casas gratis para los colombianos más pobres, y a inaugurar autopistas, aeropuertos, acueductos por todo el país. Para muchos lleva en campaña desde el 2010. A diferencia del profesor Fajardo, con quien se disputa el centro del espectro, genera rechazo y antipatía, sobretodo cuando fue todo un escándalo el coscorrón que le pegó a uno de sus escoltas. Pero nadie puede dudar su capacidad de ejecución, de cumplir lo que promete, y poner a marchar a sus subalternos. Como senador fue quien destapó los delitos de las Farc en el proceso de paz del Caguán, en el gobierno de Andrés Pastrana, circunstancia que lo convirtió en blanco militar de la guerrilla. Sobrevivió a dos atentados, uno de ellos le voló tres dedos de su mano derecha, y casi le desfigura el rostro.
Cuando le renunció al presidente Santos lanzó duras críticas al proceso de paz con las Farc, lo que le valió el título de oportunista entre los que había votado por el ‘No’ en el plebiscito, y el de desleal entre los que votaron por el ‘Sí’. Solo el pasado mes de marzo rectificó su postura y se comprometió a respetar el acuerdo de paz. Precisamente cuando necesitaba asegurar los votos del partido de Juan Manuel Santos.
Las encuestas fallan
Las encuestas no le dan opción al hombre que negoció el acuerdo de paz con las Farc. Humberto de la Calle, el más veterano de los candidatos, también cautiva jóvenes con su sabiduría. Pero hasta el presidente que se ganó el Nobel de la Paz, en buena parte gracias a su gestión, le dio la espalda. Representa al Partido Liberal, el que más presidentes puso en el siglo XX, y se compromete a llevar al país a la reconciliación y a pasar definitivamente la página de la guerra. Ofrece experiencia, ya segura haber resuelto “los líos más grandes del país”, precisamente el conflicto con las Farc, y haber sido el negociador de la Constitución Política de 1991.
Las elecciones en Colombia están de infarto, y como nunca antes el país está con los pelos de punta, a la espera de su desenlace. Y aunque nadie duda que en el debate del 2018 coincidieron cinco candidatos de talla y amplias capacidades, la contienda fue agresiva entre sus seguidores. Las redes sociales estuvieron encendidas, y la pasión a veces se transformó en odio, y hasta en las calles varios candidatos fueron agredidos e insultados. Todo lo contrario a lo que reflejaron los cinco aspirantes a la presidencia, que en la decena de debates controvirtieron con altura, y en un hecho sin precedentes en la historia del país, firmaron en público un pacto de no agresión.
A diferencia de lo dicho por Santos, en la recta final de la campaña el fantasma de las Farc volvió a posarse en el debate, a tal punto que, como ha sucedido hace 50 años, puede convertirse en el factor que elija al nuevo presidente. La captura de Jesús Santrich, uno de los negociadores de la guerrilla en los diálogos de La Habana, es señalado de haber seguido traficando droga después de la firma de la paz. Candidatos como Duque, Vargas, Petro y Fajardo aseguran que lo extraditarían si Estados Unidos así lo solicita. Los miembros de la desmovilizada guerrilla aseguran que eso sería la sepultura del proceso de paz.
Colombia vuelve a las urnas, como aquel 2 de octubre del 2016. Y para muchos será el round definitivo que zanjara las heridas del plebiscito por la paz. Mientras tanto Santos hace maletas, con un lugar asegurado en la historia, pero deja una nación profundamente dividida.