En el ciclismo calculado y preciso que su propio equipo, el Sky, ha impuesto como norma de los tiempos, Chris Froome perpetró una obra de arte a la antigua, al ataque, al gusto de los aficionados pero con rentabilidad garantizada y emoción a flor de piel. Día para el recuerdo en este deporte maravilloso, ya que Froome reventó el Giro de Italia en puertos de alcurnia como la Finestre, Sestrieres y Bardonecchia, sepultó al líder Simon Yates -perdido en las montañas en una deblace con pocos precedentes-, destrozó la resistencia de Tom Dumoulin -perseguidor implacable y derrotado- y se vistió con la maglia rosa en una exhibición portentosa. Faltan dos días para la conclusión del Giro, una jornada montañosa este sábado, pero el Giro tiene pinta de acabar en la espalda de Froome, que estaba pálido estos días y revivió en una apasionante sesión. Tiene 40 segundos de ventaja sobre Dumoulin, el único que le puede hacer sombra.
Fue la antítesis de Froome, de sus cuatro victorias insípidas en el Tour a bordo de la carroza del Sky, con su tripulación de pasajeros imponentes, su ausencia de adversarios porque a muchos los fichó para su tren, con su dependencia del potenciómetro que calcula cada watio de esfuerzo y cada desnivel de la carretera, y su ciclismo de riesgo medido, sin una sola aventura que llevarse a la boca en tantos años de gobierno del Sky.
«Algo loco»
«Nunca había hecho algo así. Tenía que hacer algo loco, porque esperar a la última subida, con la desventaja que tenía no era suficiente», explicó Froome, feliz como pocas veces.
Froome hizo un Contador. Lanzó un ataque de largo aliento, desafiando a la lógica y al modelo Sky, que pregona las matemáticas por encima de la locura. Lo hizo en el escenario perfecto, el tramo de tierra de la Finestre, el puerto simbólico del Giro, arena dura para las bicicletas y sus pilotos, un metro de nieve en la cima. Allí sufrió Contador ante el ataque de Landa en el Giro 2015, vio el peligro para su maglia rosa, como vio evaporarse Simon Yates. El inglés ya había mostrado debilidad en Pratonevoso. En La Finestre sucumbió sin remedio: 14 minutos de retraso.
Froome se escapó sin levantarse del sillín, sin requerir un watio más. Quedaban ochenta kilómetros y tres puertos. Una irreverencia para un tipo acostumbrado al manual. La mística de Italia, un hombre solo al comando. La gran obra de Froome.
Yates se retorcía en la bicicleta, de suplicio físico y desconsuelo por el Giro que se le iba. Y pronto fue historia, porque la carrera camino de Sestriere –el puerto donde Chiappucci dobló la resistencia de Induráin en el Tour de 1992 en una cabalgada de 200 kilómetros– fue un mano a mano entre Froome y Dumoulin, el último vencedor del Giro.
Dumoulin se grapó a un vagón perseguidor con Supermán López, Carapaz, Pinot y Reichenbag. Entre los cinco no consiguieron reducir la ventaja de Froome en Sestriere. Tampoco en el llano de entrada al último puerto del día, Bardonecchia, un infierno de siete kilómetros al diez por ciento después de 180 kilómetros de etapa.
Bardonecchia fue un sálvese quien pueda, porque Froome no aflojó un ápice. Su ritmo fue el mismo siempre, desde que atacó en la Finestre, con pasajes encima de la bici –inusual en él–, mientras Dumoulin trataba de organizar algo por detrás. Fue ardorosa la defensa del holandés, quien gracias a su espíritu combativo puede alentar alguna esperanza en la etapa de hoy (la última de montaña, con tres puertos). Perdió tres minutos y 23 segundos con el inglés, pero está a solo 38 segundos en la general.
Froome conoció otro ciclismo ayer, ahora favorito para ganar el Giro. «Tuve una sensación absolutamente increíble para ganar esta etapa. La atmósfera que he vivido por el camino ha sido fantástica, así que gracias a todos por el apoyo».