Director: Ron Howard. Guión: Jonathan y Lawrence Kasdan. Intérpretes: Alden Ehrenreich, Woody Harrelson, Emilia Clarke. EE UU, 2018. Duración: 135 minutos. Ciencia ficción.
Cuando se supone que lo mejor que nos puede ofrecer este «spin off» de la saga galáctica es el improbable romance entre Lando Calrissian y un robot feminizado, el desconcierto es máximo. ¿No era Han Solo la principal atracción de esta feria? Al más carismático humano nacido de la pluma de George Lucas, que Harrison Ford interpretó con el encanto atlético, cínico pero heroico, de un joven Burt Lancaster, y al que le han salido hijos bastardos –por ejemplo, el Chris Pratt de «Guardianes de la galaxia»– hasta debajo de las piedras, le falta, precisamente, historia.
Ron Howard, que tiene pinta de haberse encontrado el trabajo hecho, ha firmado una película del futuro como si solo existiera el pasado. Esto es, como si ese universo en constante expansión rizomática que es el de «Star Wars» necesitara completar su significado escribiendo unas memorias de juventud que nadie necesitaba leer. El guión de Lawrence y Jonathan Kasdan (recordemos que el primero escribió el de la imprescindible «El imperio contraataca») tiene algunas ideas ingeniosas, como la de presentar a Chewbacca como una especie de Yeti que surgió del fango dispuesto a comerse a Han Solo. Pero, en general, por muchos incidentes que la película se obstine en acumular, la trama se reduce a explicar cómo Han Solo se topa con el Halcón Milenario: hay una historia de amor imposible entre nuestro héroe y Qi’ra, que ha sido abducida como objeto de deseo por un mafioso de cara cortada, y el atribulado robo de una gran cantidad de Coaxium, codiciada fuente de energía que cotiza al alza en el mercado hipergaláctico. La sombra del Imperio amenaza por los bordes de la trama, pero la película se limita a apuntarlos. Ron Howard aspira a reproducir la ligereza con que Lucas mezcló géneros –el de aventuras pero también el western o el cine negro– en «La guerra de las galaxias», pero la falta de creatividad que le caracteriza hace que el filme avance como un elefante en una cacharrería. Solo una escena de acción –la del tren-gusano en las montañas, tal vez herencia del paso de Phil Lord y Chris Miller en las sillas de director– es destacable. Lo más grave de «Han Solo: Una historia de Star Wars» no es ni siquiera Alden Ehrenreich, que intenta imitar la desfachatez de Ford sin vencer el fantasma del carisma de su modelo. Lo más grave es la extraña incompetencia visual del «look» de la película, sobre todo en las escenas de interiores, oscuras y monocromas como una caverna de la que quieres escapar a toda costa.