¿Es lo mismo un fuera de campo clásico que un fuera de campo dentro del plano? Esa es la cuestión formal que se plantea «Playground» en su discutido clímax, que provocó deserciones en el Festival de San Sebastián de hace dos años. Es fácil comparar el dispositivo que despliega Kowalski con el del Haneke de «71 fragmentos de una cronología del azar» aunque las diferencias son problemáticas: allí donde el cineasta austríaco apostaba por el distanciamiento brechtiano a través de la deshumanización retórica, el polaco apela a un universo similar al de «Elephant» de Gus Van Sant para que, en el marco del último día de curso en un instituto, el acoso escolar, el tedio adolescente y la opresión familiar expliquen lo irrepresentable, un acto monstruoso que, en la distancia de un plano general, ataca la sensibilidad del espectador, que imagina con detalle lo que no puede ver aunque lo visible ocupe el centro del encuadre. Por muy brillante que sea la idea que sustenta esa secuencia, uno no puede dejar de preguntarse: ¿para qué?
