Por aquí, los acontecimientos políticos se suceden cada uno más sorprendente que el anterior. Ahora anda el candidato Sànchez con una baraja de recursos a la negativa judicial de una excarcelación para poder asistir a la sesión de investidura. Ahora ante el Supremo; ahora me voy a Estrasburgo, pero no, que mejor aquí que allá. Marean, la verdad, marean.
Y a la vez, otros catalanes han comenzado su exilio anual para dar rienda suelta a una pasión que aquí tienen vetada. En Olivenza a primeros de mes, y durante la semana pasada en la vecina Castellón, han tenido lugar las dos primeras ferias que dan el pistoletazo de salida a la temporada taurina española. Y hasta estas plazas han acudido los primeros catalanes víctimas de un liberticidio. Es el exilio, el devenir por las plazas, por la libertad que les hurtaron unos políticos, y ahora por la libertad cercenada por una decisión empresarial. La que hace que la Monumental de Barcelona permanezca cerrada a cal y canto.
En la plaza de Castellón se vieron las primeras pancartas, las que claman por una Cataluña taurina en ansiada libertad. Y cada vez que un grupo de catalanes en el exilio enarbola una de estas pancartas, los tendidos hierven en aplausos. Muestras de solidaridad que se repiten a lo largo de la temporada.
Muchos aficionados catalanes están preparando ya su viaje a Valencia, para presenciar los mejores carteles de las Fallas. Y muchos están analizando la Feria de San Isidro para decidir los días de desembarco. Lástima que en la primera feria del mundo no haya ningún torero catalán. No se están portando bien con el matador Serafín Marín, que tantas veces ha demostrado en el ruedo madrileño sus muchas cualidades. Ni tampoco ha habido sitio para alguno de los novilleros que ya está funcionando.
El exilio taurino ha comenzado en Castellón, y seguirá en Valencia y Madrid. Y habrá aficionados catalanes en las plazas francesas de Nimes y Ceret, y tampoco faltarán en Pamplona, en Santander, en Bilbao, en Logroño, en Zaragoza... El exilio.