Para satisfacer la demanda de mezcal, los productores mexicanos están sobreexplotando agaves, lo que amenaza la biodiversidad. Algunos ecologistas y productores están tratando de preservar estas plantas.
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En el polvoriento suelo volcánico de Santa Catarina Minas, a 25 millas al sur de la ciudad mexicana de Oaxaca, los agaves pueden medir más que Graciela Ángeles. Durante casi un siglo, su familia ha cosechado estos agaves para hacer mezcal, primero cocinando y triturando los corazones de las plantas, y luego fermentándolos y destilándolos para producir un licor complejo y ardiente.
En los setenta, vendían mezcal en botecitos de plástico y botellas recicladas. En esa época, el mezcal era una costumbre más que un producto, algo para beber durante festivales y ocasiones especiales, o incluso como medicina, no una exportación estrella como su primo el tequila.
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