La celebración, como todos los años, del Día de las Fuerzas Armadas es una ocasión propicia para revisar el estado actual del Ejército español y su papel en el concierto internacional. Este año será el Principado de Asturias la comunidad autónoma que acoja los actos castrenses, que culminarán con el desfile bajo la presidencia del Rey Felipe VI y la Reina Letizia. Las reflexiones sobre la situación de la capacidad militar de España están vinculadas directamente con la guerra de agresión provocada por Rusia contra Ucrania y con las políticas presupuestarias y armamentísticas de los principales países europeos. La decisión de Alemania, en 2022, de iniciar su rearme y de constitucionalizar un gasto mínimo militar del 2 por ciento de su presupuesto expresó con toda claridad que el ataque ilegítimo de Rusia a Ucrania había cancelado las directrices pacifistas de la postguerra en Europa. El ingreso de Suecia y Finlandia en la OTAN y el sentimiento general de amenaza que perciben los países nórdicos, bálticos y de Europa oriental por la agresividad del Kremlin, son movimientos en el tablero de las responsabilidades geoestratégicas que afectan directamente a España. Si a este escenario se sumara una victoria de Trump en las próximas elecciones presidenciales de Estados Unidos, la presión a los aliados europeos para incrementar su gasto militar alcanzará también a nuestro país. La cuestión, por tanto, es si España está respondiendo a la tendencia general de sus socios y aliados en un presente marcado por el final de muchas inocencias pacifistas. La realidad es que las democracias occidentales ya no pueden seguir pensando que sus virtudes morales son suficientes para defenderse frente a amenazas y agresiones de países que, como Rusia, apuestan claramente por una nueva etapa de expansionismo militar y político. La mayoría de nuestros socios han optado por no esconder la cabeza bajo el ala y afrontar la amenaza rusa con determinación. Tampoco es deseable, por peligroso e innecesario, alimentar pulsiones militaristas. Las dos guerras mundiales generadas en el corazón de Europa son llamamientos constantes a un ejercicio simultáneo de firmeza y de prudencia. La influencia política de un país en el marco internacional depende en buena medida de su predisposición al compromiso militar con la seguridad colectiva. España ha asumido siempre papeles relevantes en las misiones de Naciones Unidas y de la Unión Europea, y debe seguir haciéndolo con los actuales despliegues en Europa Oriental. Es cierto que las democracias occidentales están cambiando sus prioridades, como lo demuestra el repliegue en el Sahel, una invitación a la ampliación de la presencia rusa. Y también es cierto que las opiniones públicas europeas de hoy en día son fruto del bienestar económico y del miedo a la guerra. Pero cuando nuestros aliados deciden asumir riesgos y, por ejemplo, hacer frente a las agresiones de los hutíes de Yemen en el mar Rojo, el Gobierno español ha eludido su responsabilidad. El precipitado reconocimiento de un Estado palestino tampoco será neutro para los intereses de la defensa nacional. España puede sentir orgullo por sus Fuerzas Armadas. Han asumido de forma ejemplar su papel constitucional, fiel reflejo del compromiso de la Corona con la democracia de 1978. Y han cumplido sus misiones en el extranjero con eficacia y respeto a los mandatos de la misión y del derecho internacional. Por eso es necesario que el Ejército español, en la medida de las posibilidades del país, reciba las inversiones necesarias para mantenerlo en el nivel que exige la seguridad de España y de nuestros aliados, porque ya no existen amenazas lejanas.
