La nostalgia nos remite y apunta, tanto desde la razón natural como desde la luz de la fe, a un amor sin límites, inmortal y eterno. Es justamente la meta a la que tiende la virtud de la esperanza cristiana que, como enseña de nuevo el Catecismo “responde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; (…); protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna.” (CEC, n.1818).