Llegué al Lar de Domingo, ubicado en el Pardo, preocupado por si me retrasaba. Madrid en diciembre es siempre un viernes. En el parking del restaurante me topé con la realidad. Debía celebrarse una boda, pensé. No cabía un coche más. El aparcamiento estaba lleno. También el segundo e incluso un tercero, escondido entre veredas y traviesas que usan los jabalíes de este monte bajo de encina y cielo velazqueño. La cita no era baladí. Se celebraba un homenaje que, en realidad, era una declaración de respeto. Como si todos los que acudíamos pretendiéramos contagiarnos un poco más de Diego . Como si teniéndole más cerca se nos pegaran un poco sus maneras, sus impecables formas o su sincera disposición...
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