En lo económico, México vive un momento de inflexión histórica, una intersección donde convergen múltiples transiciones. Por un lado, afrontamos una transformación política interna que busca reimaginar el papel del Estado y que propone una economía moral. Por otro, en el mundo se disputa un nuevo orden económico internacional, una etapa que anuncia al posneoliberalismo. A estos cambios se suma la crisis climática, que nos exige replantear las bases mismas de nuestra convivencia económica. México, situado en la periferia de este gran reordenamiento, debe preguntarse: ¿cómo encajar en el nuevo mapa del poder económico?
La respuesta no es sencilla. Durante décadas, México ocupó un espacio definido en el tablero global: un defensor del libre mercado, un apóstol de la globalización y un aliado de las grandes potencias económicas. Pero las certezas que sostenían ese orden se han erosionado. Hoy, la globalización se fragmenta, el cambio climático redefine prioridades y las promesas de prosperidad neoliberal han demostrado ser insuficientes para la mayoría.
Frente a este contexto, México tiene ventajas innegables. Su posición estratégica como una economía manufacturera integrada a las cadenas de suministro globales, su pertenencia al T-MEC y su proximidad geográfica al mercado más grande del mundo le otorgan un lugar privilegiado. Pero estas ventajas son también sus limitaciones: México no puede escapar de la influencia estadounidense, pero tampoco debe resignarse a ser un satélite.
La elección de Donald Trump anuncia un retroceso en la agenda climática de Estados Unidos. El regreso de un liderazgo fósil en Washington podría parecer un obstáculo para México, pero también abre una oportunidad: el vacío de liderazgo en la economía verde. Por un lado, México se puede sumar al liderazgo de Brasil, Colombia y Chile, y formar un eje latinoamericano de cooperación económica verde. Y por el otro, México tiene la posibilidad de convertirse en el estandarte de una transformación verde en América del Norte y así captar inversiones e interés que poco a poco se alejarán de Washington.
Para conseguir ese liderazgo global, Claudia Sheinbaum enfrentará el reto de dar resultados a nivel nacional en materia de transición energética y acción climática. Algunos proyectos como los planes de parques de economía circular, el plan nacional de movilidad sostenible, y la priorización del agua en el programa de gobierno van en la dirección correcta, pero se necesita más para que México lidere las inversiones verdes.
Las crisis ambientales ya están aquí. Olas de calor, escasez de agua y contaminación creciente amenazan la vida cotidiana de millones de mexicanos. Responder a estas urgencias exige algo más que paliativos: México necesita una política industrial verde que transforme las bases de nuestra economía. Esto implica inversiones masivas en energías renovables, electrificación del transporte y la creación de empleos verdes que reduzcan desigualdades regionales. Como lo ha señalado el reconocido economista Amir Lebdioui: la sostenibilidad ambiental ya no es una opción, sino una necesidad para mantener una ventaja competitiva en la economía global.
El liderazgo de México en la transformación económica verde no se logrará en aislamiento y con una actitud pasiva-reactiva en la escena internacional, se requiere una diplomacia económica estratégica y proactiva. El país ha estado ausente de las grandes discusiones internacionales sobre modelos de desarrollo, justicia económica y climática. Va en las dos vías: pocos saben, por ejemplo, que las recientes políticas sociales y de salario mínimo en México han reducido la desigualdad y la pobreza. Estas transformaciones internas, que responden a una agenda progresista, deberían proyectarse como ejemplo de un modelo económico que combina justicia social con sostenibilidad. Al mismo tiempo, México tiene que estar presente en las discusiones multilaterales de vanguardia como la de un impuesto mínimo global en el marco del G20, la convención tributaria de la ONU o la necesaria reforma al sistema financiero global.
La administración Sheinbaum tiene en sus manos la posibilidad de construir una narrativa distinta en la escena internacional: un México que asume la soberanía sobre sus recursos naturales y establece alianzas con el sur global para reducir dependencias energéticas, mientras que desarrolla una política industrial verde activa con alianzas estratégicas en el exterior. En lugar de adoptar un discurso reactivo, México debe presentar una visión propositiva, una estrategia económica multilateral más allá de la defensa a ultranza del libre comercio que defienda un desarrollo justo y sostenible como eje de un nuevo orden económico mundial.
La reciente participación de la presidenta Sheinbaum en el G20 fue una muestra del potencial de México para liderar y recibir estafetas que otros países del sur global próximamente dejarán. Destaca por supuesto que es de las pocas mujeres liderando un país en foros multilaterales todavía dominados por hombres. La COP en Bakú era otro espacio fundamental para posicionarse como un liderazgo climático, desafortunadamente ya anunció que no asistirá: una oportunidad perdida. Lo que sería un error sería no tener una presencia estelar en la próxima COP en 2025 en Belem, que promete ser uno de los hitos más importantes para la economía latinoamericana.
México está en disputa consigo mismo. Entre el país que ha sido y el que puede ser. Entre la resignación al modelo extractivista, dependiente y desigual, y la construcción de un modelo económico que reconozca los límites del planeta, que ponga en el centro la equidad y la justicia social. En esta disputa, el gobierno de Sheinbaum tendrá que decidir si se conforma con la inercia o si tiene la valentía de liderar un cambio de época. México puede ser un faro verde en la transición global hacia una economía posneoliberal, un puente entre el Norte y el Sur, un laboratorio de transformación económica y ecológica. Para hacerlo, deberá enfrentar sus contradicciones internas, asumir riesgos y romper con la comodidad de las viejas certezas.
Gerente del Programa de Prosperidad Económica y Climática, Open Society Foundations.