La nominación de Ronald (Ron) Johnson como embajador de Estados Unidos en México no deja dudas sobre las prioridades de Donald Trump en la relación bilateral. Como lo puso el propio Trump en su red social, Johnson trabajará para poner fin al “crimen de los migrantes, detener el flujo ilegal de fentanilo y otras drogas peligrosas hacia nuestro país y ¡HACER A ESTADOS UNIDOS SEGURO OTRA VEZ!”.
Como si lo que sabemos de Trump no fuera suficiente, el historial de Johnson deja claro que lo prioritario es combatir a los cárteles de la droga al costo que sea. Si el gobierno en México es más o menos democrático, si los militares tienen más o menos poder o si se respetan o no los derechos humanos, son cuestiones irrelevantes. Lo único que les importará es que se cumpla su voluntad en los tiempos y las formas que ellos determinen. Punto.
Con una trayectoria que combina experiencia militar, inteligencia y diplomacia, Johnson encarna un perfil perfectamente alineado con la agenda de Trump. A diferencia de Ken Salazar, un político de carrera que hasta el final del sexenio mantuvo una relación cercana con López Obrador, Johnson, coronel retirado y veterano de la CIA, impulsará sin concesiones y con mano dura las prioridades de Trump, independientemente de si eso le agrada o no a la presidenta Claudia Sheinbaum. Por la naturaleza de esa agenda y el perfil de Johnson, es previsible una relación tensa y potencialmente conflictiva con el gobierno de México.
La tensión con Sheinbaum posiblemente agrade a quienes no la apoyan y más bien aborrecen a la 4T. Si, además, la presión que ejerce en el tema del combate al crimen organizado sirve para que el gobierno de México “se ponga las pilas” y actúe de manera más decidida y eficaz, mejor aún. La semana pasada mencioné en este espacio que, según una encuesta de TResearch Internacional, casi el 90 por ciento de estos ciudadanos está de acuerdo en que Trump tome medidas contra los narcotraficantes en México.
En parte, este respaldo refleja la desesperación que existe con la incapacidad del gobierno para combatir la inseguridad. Pero también pesa el temor al poder que se ha concentrado en la Presidencia de la República. Cuando se escucha a quienes afirman que está bien que alguien “meta en cintura” a Sheinbaum, lo que trasluce es la percepción de que “la oposición no sirve para nada” y el miedo a un poder sin contrapesos. De hecho, por eso, la misma encuesta muestra que, entre quienes no aprueban a la presidenta, son más los que piensan que Trump será bueno para México que los que opinan lo contrario.
Quienes hacen ese cálculo y confían en que Trump actúe como un muro de contención frente al poder de Sheinbaum se equivocan rotundamente. Ni el presidente ni su próximo embajador en México tienen en la agenda contener el poder de Sheinbaum. Lo que les interesa es que se haga lo que ellos quieren, pero cómo se ejerce el poder dentro del país no es un tema que les preocupe en absoluto. Ni Trump ni Johnson tienen en la agenda la democracia, las libertades o los derechos humanos en México.
En el tema del narcotráfico, resulta imposible prever el impacto que la presión de Trump y Johnson pueda tener. Lo que sí se puede anticipar con certeza, más ahora con la nominación de Johnson, es que lo que interesa a Trump es su propia agenda, no la “deriva autoritaria” en México ni nada por el estilo. Eso tal vez hubiese sido un tema relevante para un gobierno demócrata en Estados Unidos, pero no lo es para el que tomará posesión en enero próximo.
Como embajador de Estados Unidos en El Salvador al final del primer mandato de Trump, Johnson promovió y avaló las decisiones de Nayib Bukele para combatir a las pandillas y contener la migración con mano dura, sin considerar el respeto por los derechos humanos. Su reacción ante el ingreso de Bukele con militares a la Asamblea Legislativa en 2020, un acto ampliamente condenado a nivel internacional, fue tibia, evidenciando su alineación con Bukele al margen de su resorte autoritario.
Johnson llega con la agenda de Trump y la impulsará sin concesiones, como lo hizo en El Salvador. Dado que Sheinbaum no es Bukele, es previsible que la relación sea mucho más difícil. Sin embargo, esas tensiones y conflictos no limitarán el poder de la presidenta ni cambiarán la forma en que lo ejercerá en México. Pese a los probables embates externos, la presidenta continuará ejerciendo su poder con muy pocos límites.
La única contención real a esta nueva presidencia imperial radica en una oposición renovada y fortalecida, acompañada de una sociedad movilizada que exija el restablecimiento de los pesos y contrapesos desmantelados desde la última elección presidencial. No hay, ni puede haber, un sustituto para esto en el exterior.