Maher Semsmieh acudió a entregar su fusil en una oficina del partido Baaz en Damasco después de que la formación de la dinastía Al Asad, que gobernó siria durante medio siglo, suspendiera sus actividades.
"Ya no somos baazistas", dijo el hombre de 43 años, dejando escapar una sonrisa de alivio. "Estábamos obligados a formar parte de Baaz porque para ellos, si no estabas con ellos, estabas contra ellos".
La formación, en el poder en Siria durante más de 50 años, anunció el miércoles la suspensión de sus actividades "hasta nueva orden", tres días después de la caída del presidente Bashar al Asad propiciada por una fulgurante ofensiva rebelde.
Semsmieh explicó que todos sus superiores desaparecieron desde el domingo, el día en que los rebeldes tomaron Damasco. "Desaparecieron de repente (...) No los hemos visto más", afirmó el jueves.
En la entrada de la oficina, hombres armados pertenecientes a los grupos que tomaron Damasco recogían los fusiles de asalto de los exintegrantes del partido.
Semsmieh formaba parte de "la vanguardia de Baaz", un grupo encargado de "reclutar civiles y armarlos para que resistieran junto al ejército sirio", reconoció.
"Hemos perdido a muchos mártires (...) Partieron por una causa de la que no sabían nada", lamentó.
Entre quienes acudieron a desprenderse de sus armas también está Firas Zakaria, un funcionario del Ministerio de Industria de 53 años.
"Nos han pedido devolver nuestras armas y nosotros estamos a favor (...) Cooperamos por el interés del país", afirmó.
Como muchos sirios, Zakaria explicó que se vio forzado a afiliarse a Baaz para acceder a la función pública. "En el país, había que ser miembro de Baaz para obtener un empleo", dijo.
Símbolo de la represión para muchos, el partido fue fundado en 1947 por dos nacionalistas sirios formados en París: Michel Aflaq, un cristiano ortodoxo, y Salah Bitar, un musulmán sunita.
La formación abogaba por la unidad de los países árabes aunque sus dos ramas, una en Siria y otra en Irak, acabaron estando al frente de dos regímenes autocráticos y enemistados: el de los Al Asad en Damasco y el de Sadam Huseín en Bagdad.
En la sede de la dirección central de Baaz, dirigido por el secretario general Bashar al Asad, el tiempo se detuvo el domingo.
En las paredes colgaban todavía retratos desgarrados del presidente derrocado, que huyó a Rusia.
Había vehículos abandonados y papeles esparcidos por el suelo, en oficinas vacías vigiladas por combatientes del grupo islamista Hayat Tahrir al Sham, que lideró la coalición rebelde.
Pero ni rastro de responsables de la formación en el edificio, donde Al Asad presidía las reuniones de la dirección del partido.
Frente a la sede yacía, destrozada, una estatua de Hafez al Asad, padre y antecesor del expresidente. En el estacionamiento quedaban lujosos coches de fabricación china, aparentemente usados por los altos cargos, con las puertas y las ventanas rotas.
En la planta baja, un enorme retrato mural de Hafez al Asad y de su hijo mayor Basel, fallecido en un accidente de tráfico en 1994, escapó milagrosamente a la furia de la multitud que asaltó el edificio el domingo.
En uno de los despachos abandonados, un documento fechado el 12 de noviembre de 2024 tirado en el suelo propone "expulsar" del partido "a los camaradas que traicionaron la nación y al partido colaborando con grupos terroristas".
En otra oficina, las tazas de café y los trozos de pan dejados sobre la mesa daban fe de la precipitada huida de los miembros del partido.
Los combatientes rebeldes que tomaron el edificio descubrieron en un almacén cajas de granadas de fabricación rusa.
En el centro de Damasco, Moqbel Abdel Latif, de 76 años, explicó que se unió a Baaz cuando todavía estaba en la escuela, en los años 1960.
"Si Baaz hubiera seguido por el buen camino, el país estaría actualmente en una situación mucho mejor", declaró.
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