En 2014, en una entrevista con el periodista israelí Henrique Cymerman, Francisco lamentó lo sucedido desde 1963 con «el Papa que lideró la Iglesia durante la Segunda Guerra Mundial». El Pontífice lo explicó así: «Al pobre Pío XII le han tirado encima de todo. Pero hay que recordar que antes se lo veía como el gran defensor de los judíos. De hecho, escondió a muchos de ellos en los conventos de Roma y de otras ciudades italianas y, también, en la residencia estival de Castel Gandolfo . Allí, en su propia cama, nacieron 42 nenes, hijos de judíos y de otros perseguidos. No quiero decir que Pío XII no cometiera errores, pero su papel hay que leerlo en el contexto de la época. ¿Era mejor que no hablara para que no mataran a más judíos o que lo hiciera?». Esa es precisamente la pregunta que intenta esclarecer el historiador estadounidense David I. Kertzer en su último ensayo, 'El Papa en guerra' (Ático de los Libros, 2024), según nos contó la semana pasada en una entrevista con ABC. «La polémica sobre su conducta durante la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto lleva vigente más de medio siglo. Durante este tiempo se ejerció mucha presión sobre el Vaticano para que permitiera la consulta de estos archivos, por lo que la autorización del Papa Francisco fue muy emocionante para mí», reconocía. Kertzer se refería a los 16 millones de documentos privados y confidenciales de Pío XII que fueron sellados y depositados en el Archivo Secreto Vaticano cuando este murió en 1958. En ese momento, miles de preguntas sobre su relación con la Alemania nazi y la Italia fascista quedaron sin respuesta. Con el paso del tiempo, las incógnitas aumentaron, generando un tenso y amplio debate entre los investigadores, que acabaron convirtiéndole en uno de los pontífices más controvertidos de la historia de Roma. En 2020, tras más de sesenta años guardados bajo llave, fueron desclasificados finalmente por el Papa Francisco. Con toda la información nueva se pudo empezar a contextualizar y esclarecer, con mucha mayor precisión, el verdadero papel de Pío XII en el conflicto más devastador de la historia y la razón por la cual nunca denunció el exterminio de millones de judíos. Cuatro años antes, sin embargo, hubo otro investigador, Mark Riebling, que publicó una serie de episodios de la Segunda Guerra Mundial todavía más sorprendentes sobre el responsable de la Iglesia. Este experto en inteligencia y contraterrorismo lo adelantó, en 2016, en una larga entrevista con el corresponsal de ABC en el Vaticano , Juan Vicente Boo, con motivo de la publicación de su ensayo 'Iglesia de Espías. La guerra secreta del Papa contra Hitler' (Stella Maris, 2016). «Trabajando en libros anteriores descubrí que, en 1945, el espionaje norteamericano intentaba infiltrarse en la Santa Sede, y encontré diez documentos importantes que demostraban que Pío XII había intentado derrocar a Hitler. Eran pistolas humeantes: ¡Pío XII no era el Papa de Hitler!». Según el autor –para sorpresa del Papa Francisco durante el encuentro que mantuvieron–, Pío XII mantuvo una intensa actividad clandestina desde 1939, en apoyo de la resistencia alemana, y hasta sirvió de enlace entre algunos altos jefes militares contrarios a Hitler. Una actividad secreta que desarrolló mientras guardaba silencio en público sobre las atrocidades cometidas por el Tercer Reich. Algo que hizo, según Riebling, a petición de los mismos grupos de judíos, antinazis y aliados, para que la Iglesia católica no sufriera daños durante la Segunda Guerra Mundial. Algo parecido opinaba Kertzer hace una semana en ABC: «Pío XII no sentía ningún afecto por Hitler, puesto que le consideraba un hombre deseoso de limitar la influencia de la Iglesia católica y, además, el defensor de una ideología pagana. Sin embargo, se sentía intimidado por él y nunca quiso enfadarlo. Estos nuevos documentos del Archivo Secreto del Vaticano permiten comprender mucho mejor por qué actuó como lo hizo, sobre todo, en los primeros años del conflicto, cuando había razones para pensar que Europa caería bajo el control de los nazis». De toda esa actividad clandestina desvelada por Riebling, lo más sorprendente es que Pío XII llegara a participar en tres intentos de asesinar a Hitler. Según explicaba el historiador, el Papa mandó instalar en su oficina un sistema de grabación magnetofónica, en 1939, para registrar todas las conversaciones que mantenía con dirigentes políticos en aquellos meses convulsos, sobre todo, con los del Tercer Reich. Contaba el investigador que encontró referencias a esas grabaciones, aunque no estaba seguro de que hubieran existido. Era solo un rumor inverosímil. «Sin embargo –explicó– un día le pregunté al padre Peter Gumpel, historiador jesuita, y me dijo que era cierto. El Vaticano las hacía como precaución por si alguien falseaba después el contenido de conversaciones sensibles con el Papa». Más tarde, Riebling encontró las transcripciones y se llevó la sorpresa. La primera pertenecía a una reunión de Pío XII con los cardenales de las grandes ciudades del Reich que habían venido al Cónclave celebrado cuatro días después de haber sido elegido Papa, el 6 de marzo de 1939. Todavía faltaban unos meses para la invasión de Polonia por parte de Hitler y el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, pero en ese encuentro ya abordaron una estrategia clandestina para contener al dictador nazi, cuyo crecimiento y amenza parecían imparables. En realidad, en esa reunión Pío XII no parecía muy explícito, debido a que uno de los cardenales, el de Viena, Theodor Innitzer, había dicho el año anterior, cuando los nazis invadieron su país, que la Iglesia apoyaba a los conquistadores. Antes de convertirse en Pío XII, cuando era secretario de Estado de la Santa Sede, Eugenio Pacelli le hizo venir para que firmara una retractación de sus palabras. El pilar de aquella resistencia frente a Hitler era el cardenal de Múnich, Michael von Faulhaber, mientras que el personaje clave en las tramas era un corpulento abogado de esa misma ciudad, Josef Müller, amigo de Pacelli desde sus tiempos de nuncio en Baviera, Alemania y Prusia. Müller, de hecho, formó parte de las conjuras militares que se pusieron en marcha para asesinar a Hitler y, además, actuaba de enlace con el Papa, al que visitaba en los vuelos clandestinos que realizaba en su avioneta y que organizaba con el apoyo de los jesuitas alemanes. Riebling encontró también los interrogatorios que un agente de la OSS, antecesora de la CIA, le hizo a Müller y a otros generales alemanes que estaban prisioneros nada más acabar la guerra. Cuando acabó el conflicto y se hizo profesor de Historia en la Universidad de Minnesota, este mismo agente siguió manteniendo conversaciones con Müller durante 15 años, las cuales grabó y guardó. Esas charlas llegaron también a Riebling, que utilizó como base para escribir su libro, junto a la ayuda que le proporcionó Ray Rocca, un agente americano que trabajó con el legendario James Jesus Angleton en la tarea de espiar a la Santa Sede. Con toda esa información que recabó, el autor pudo documentar tres intentos de asesinato de Hitler en los que estuvo implicado el Papa. El primero se planificó desde octubre de 1939 hasta mayo de 1940, el segundo de 1942 a la primavera de 1943 y el tercero, quizá el más conocido de todos, el 20 de julio de 1944: la Operación Valquiria . Este día explotaba una bomba colocada por el coronel Claus von Stauffenberg en la sala de conferencias donde el 'Führer' estaba reunido con sus principales colaboradores militares, ubicada en la Wolfsschanze (Guarida del Lobo), su cuartel general en Prusia Oriental. Hitler dejó claro desde el principio que odiaba el catolicismo, pues creía que sus postulados eran incompatibles con la ideología nazi. De hecho, el dictador intentó crear una religión propia y hasta publicó una 'Biblia del nazismo'. Además, no dudó en intentar acabar con el clero polaco cuando invadió el país, lo que conmocionó a muchos de sus generales. Tal es así que algunos de estos llegaron a tomar partido en su contra, como es el caso del famoso almirante Wilhelm Canaris, director de la Abwehr, la inteligencia militar alemana. Canaris conocía a Pío XII desde los años veinte, cuando Pacelli era un diplomático del Vaticano en Alemania. El almirante creía que el Pontífice era la persona idónea para dirigir un complot contra Hitler, puesto que era discreto, realista y, sobre todo, odiaba profundamente al 'Führer'. Fue entonces cuando fichó a Müller como enlace del Papa y la Inteligencia británica, después de que este se hubiera negado a ingresar en las SS, y para organizar una amplia red de espías en ámbitos tan dispares como el Ejército, la universidad o los medios de comunicación. De cara al exterior, Müller sería un agente alemán destinado a Roma con la misión de contactar con los opositores a Mussolini y desenmascararlos, pero en realidad era un espía doble encargado de organizar el magnicidio y contarle al Papa las barbaridades que ocurrían en Polonia para que se las contara al mundo. En una de estas reuniones consiguió convencer a Pío XII de que intentara convencer al Tercer Reich y Gran Bretaña de que acordaran una paz negociada, aunque pronto se confirmó que sería imposible. Fue en ese momento cuando, según Riebling, habría aceptado colaborar en la conspiración contra Hitler. El Papa, incluso, aparece en los documentos de la trama como «El jefe». El historiador cuenta que únicamente puso dos condiciones: que Gran Bretaña aceptara una «paz justa» para los germanos tras eliminar al dictador nazi y que toda la operación se mantuviera en secreto, puesto que si cualquier detalles salía a la luz, la vida de los rebeldes correría peligro. El acuerdo, incluso, fue acordado con el primer ministro inglés, Neville Chamberlain, y plasmado por escrito. Aunque el dictador nazi sólo sufrió quemaduras leves en el famoso atentado de julio de 1944, los conspiradores lo creyeron muerto y pusieron en marcha su plan para hacerse con el poder en Alemania. Fue el plan que más cerca estuvo de acabar con Hitler de los 42 intentos contabilizados a lo largo de su vida. La trama terminó con el arresto y ejecución de todos los conspiradores, entre los que había varios jesuitas alemanes y el teólogo luterano Dietrich Bonhoeffer. La participación del Papa no se supo hasta setenta años después.