Salvo Puebla, han concluido los traspasos de poder en los estados donde en junio se eligió gubernatura. A partir del sábado, cuando asuma su cargo el poblano Alejandro Armenta, la totalidad de entidades federales tendrá ya gobernantes para los próximos años.
Sin estar supeditados institucionalmente al Poder Ejecutivo federal, pero siendo nuestro sistema político el que es, la presidenta Claudia Sheinbaum tendrá este fin de semana en cada entidad a quien le acompañará en su arranque sexenal. La duda es por cuánto más.
Este martes en Acapulco, Sheinbaum dijo a las y los gobernadores que en esas entidades donde el titular de la gubernatura se involucra en la seguridad, se nota, y donde no, también se nota.
La frase-advertencia puede leerse para toda materia.
En el anterior sexenio el presidente renunció a ejercer su influencia para –en aras de la gobernabilidad– permitir que cayera un o una gobernadora cuya inoperancia o escándalos le hacían insostenible.
El exmandatario instaló la lógica de que las urnas daban derecho a quedarse todo el periodo que amparase la elección. Claro, eso le era muy funcional: Morena tenía cada vez más gobiernos, y mejor aguantar con la mazorca completa a permitir que se fuera desgranando.
De esa forma, gobernantes disfuncionales y polémicos, que incluso con presuntos delincuentes (y no de la rama política) se retrataban, como Cuauhtémoc Blanco, se quedaron hasta que, en este caso, pudo saltar al fuero del que hoy goza en la Cámara de Diputados.
Los damnificados de esa decisión fueron las y los morelenses. La lista de ejemplos podría seguir: ¿alguien va a extrañar en Chiapas a Rutilio Escandón, o en Veracruz a Cuitláhuac García? Bueno, nunca hay garantía de que quien llega no sea peor… ya veremos.
La fuerza política de la Presidencia debe ser usada para que un triunfo local en las urnas no se transforme en una pesadilla inescapable antes de seis años para las y los electores. Una cosa es contenerse para quitar a un gobernante, y otra es hacer todo lo posible para sostenerlo.
Nadie añora el volver a tiempos idos, como en el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, cuando cada cuatro meses y medio un gobernador dejó su puesto.
En total, de 1988 a 1994, hubo 17 gobernadores por decisión presidencial, no de las urnas, según publicaron Adriana Amezcua y Juan Pardinas en Todos los gobernadores del Presidente (Grijalbo 1997).
De ese volumen se reproduce esta anécdota:
“Un oficial del Estado Mayor Presidencial le comunicó al gobernador mexiquense Mario Ramón Beteta, y a su colega yucateco, Víctor Manzanilla Schaffer que el presidente electo deseaba que ambos flanquearan sus costados en la foto del recuerdo. En medio de los gobernantes de la República aparecía Carlos Salinas, a su derecha Beteta y a la izquierda Manzanilla. Parecía un buen augurio de su futuro político; los había elegido para aparecer a su lado”.
“Años más tarde este testimonio gráfico se convirtió en una ironía del destino político. Mario Ramón Beteta y Víctor Manzanilla Schaffer fueron dos de los primeros gobernadores que dejaron sus cargos por presión del presidente Salinas de Gortari”.
Una foto de ayer en Acapulco de la Presidenta y las y los gobernadores sería sólo una referencia.
En el sexenio pasado Adán Augusto López fue llamado al gabinete y no siguió en Tabasco. Un caso aislado. Los demás gobernantes se sintieron blindados, hicieran lo que fuera (o nada), los sostuvieron.
Ahora, las y los gobernadores van a sentir todo el estilo de exigencia de la presidenta Claudia. Se acabó el recreo.