Un preso en Chile, llamado Diego Valdés San Martín, admitió haber decapitado a su compañero de celda en un acto que describió como un "ritual". Según la Gendarmería, este hecho habría estado "aparentemente motivado por una situación de enajenación mental, de la cual no había antecedentes". Este brutal asesinato conmocionó al país, no solo por la naturaleza violenta del crimen, sino también por los elementos encontrados en la escena, entre ellos una Biblia, inscripciones con números asociados al satanismo y el número "666" escrito con sangre en la pared.
El hecho ocurrió en el Centro Penitenciario Biobío, donde Diego Valdés San Martín, apodado “Indio Loaiza” y de 41 años, estaba cumpliendo una condena desde 2022 por homicidio. Dada la gravedad del suceso, las autoridades iniciaron una investigación exhaustiva para esclarecer los detalles de este crimen. Además, se están adoptando medidas preventivas con el objetivo de evitar que hechos similares se repitan en otras cárceles del país.
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Según informó la Gendarmería de Chile, Diego Valdés San Martín mostró una actitud desafiante tras ser detenido. La víctima, Vincent González Aguirre, de 27 años, cumplía una condena de 15 años por delitos de robo con violencia y tráfico de drogas. En relación con este caso, el ministro de Justicia, Jaime Gajardo, miembro del gobierno del presidente Gabriel Boric, expresó que "este es un suceso bastante grave pero, además, inédito en nuestra historia penitenciaria".
En abril de este año, el Tribunal Oral en lo Penal de Arica le dictó sentencia por su implicación en el asesinato de Jeremy Santa María Jamett, ocurrido el 15 de febrero de 2022 en esa ciudad. Durante el ataque, se realizaron varios disparos que también afectarán a otras personas presentes en el lugar. Según BBCL Investiga, la víctima había sido contratada para colaborar en un ataque contra una banda rival.
Sin embargo, la ausencia del grupo rival transformó el encuentro en una reunión marcada por el consumo de drogas y alcohol. El suceso culminó cuando Valdés San Martín comenzó a disparar, argumentando que creyó que intentaron quitarle su arma al notar a su víctima demasiado cerca de él.
El uso de una Biblia en el crimen generó grandes interrogantes sobre la relación entre la religión y la violencia. Valdés San Martín afirmó que el ritual tenía como objetivo invocar fuerzas oscuras, lo que llevó a los investigadores a explorar posibles conexiones con cultos o sectas que operan dentro de las cárceles chilenas. La brutalidad del crimen dejó a la sociedad consternada. Muchos ciudadanos expresaron su preocupación por la seguridad en las prisiones y la posibilidad de que actos similares puedan ocurrir en el futuro.
El subprefecto Enrique Guzmán, jefe de la Brigada de Homicidios de la Policía de Investigaciones (PDI) de Concepción, confirmó que en el crimen se emplearon armas cortantes de fabricación casera. Este hallazgo indicó una planificación previa del ataque, motivo por el cual las autoridades chilenas continúan indagando en el caso, incluyendo el análisis del estado psicológico del asesino.
Expertos en psicología y criminología expresaron sus reacciones ante el caso, indicando que episodios de violencia extrema como este suelen estar vinculados a trastornos mentales o factores externos. Algunos especialistas resaltaron la necesidad de atender la salud mental de los internos y de establecer programas de rehabilitación que contribuyan a prevenir estos actos.
El caso de Diego Valdés San Martín evidencia la complejidad de la violencia dentro del sistema penitenciario. Con el avance de las investigaciones, la sociedad chilena exige explicaciones que permitan entender cómo un acto de tal brutalidad pudo ocurrir en un lugar donde hay tanta vigilancia.