El fracaso del sistema educativo tiene varias causas, como la ausencia de criterio, evidenciada en la comodidad de delegar decisiones en otros. Otra es pensar que una buena educación consiste únicamente en preparar trabajadores, una distorsión que se relaciona con el auge de los robots, que, con más precisión y menos derechos, se introducen en la fuerza laboral.
Con la eliminación del examen de bachillerato, se pierde un débil pero válido control de calidad, pues este incentivaba a los docentes a cubrir los programas.
Sin embargo, persisten detractores de las pruebas escritas, a quienes pregunto: si el ingreso a ciertos colegios profesionales y estudios de especialidad depende de exámenes, ¿no estamos generando una desventaja para los estudiantes al oponernos a estas herramientas?
Se necesitan pensadores y ejecutores de programas que orienten a una sociedad abandonada a la violencia, incapaz de resolver sus propias necesidades, enfocada en aparentar satisfacer necesidades ajenas para alcanzar el éxito y centrada en el mero materialismo.
En este sinsentido, muchas veces egoísta, se exigen derechos mientras se eluden deberes, y prolifera el fanatismo de cualquier índole.
Surgen “jueces” cuyo morbo es señalar los errores de otros mientras evitan reconocer los propios, todo como pretexto para abandonar las líneas de pensamiento tradicionales.
Vivimos una deshumanización evidente. Para un porcentaje de la población, la convivencia con animales se valora más que las relaciones humanas, ajustándose cómodamente a evitar el debate de ideas y priorizando la aceptación y justificación de sus pensamientos y actos.
Sin recurrir a teorías conspirativas, lo descrito es una consecuencia natural de un sistema educativo mal planteado y abandonado por falta de interés o por ignorancia. La falta de interés en la educación es, en sí misma, ignorancia.
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Eduardo Cambronero Vargas fue profesor de Secundaria durante 33 años y es ingeniero civil.