Después de más de un año de conflicto implacable en Oriente Medio, la sorprendente capitulación del régimen del presidente sirio Bashar al-Assad pasará a la historia de la región como una de sus mayores conmociones.
En apenas 12 días, los rebeldes se desplazaron primero desde el norte y luego desde el sur hasta el corazón de Damasco, capturando la capital y poniendo fin a más de 50 años de gobierno de la dinastía de los Assad en la nación. En menos de dos semanas, lograron lo que decenas de miles de combatientes armados de la oposición no habían podido hacer en 13 años de cruenta guerra civil. Moscú y Teherán, los principales aliados de Assad, no pudieron o no quisieron detener la marea, ambos atrapados en sus propios conflictos: Rusia en Ucrania, Irán y sus aliados en su conflicto con Israel.
En muchos sentidos, la espectacular caída del régimen parece ser una de las consecuencias involuntarias de las feroces represalias de Israel contra sus enemigos desde el ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023. Desde aquel momento se han trastocado todas las normas anteriores en la región, dando lugar a un entorno impredecible que podía estallar en cualquier momento.
El ejército israelí lleva meses lanzando ataques aéreos sobre Siria, matando a comandantes iraníes y de sus aliados, mientras bombardeaban instalaciones vinculadas a Irán y a Hezbollá, la milicia libanesa que también apoyó al régimen de Assad durante la guerra civil.
Pero por encima de todo, la rápida ofensiva de los rebeldes subrayó la naturaleza lamentable del régimen corrupto y quebrado de Assad. Assad, que sucedió a su padre Hafez al-Assad en 2000, gobernó como un déspota despiadado. Durante la guerra civil utilizó los medios más crueles para acabar con sus oponentes: armas químicas, bombas de barril, tácticas de asedio y hambruna, detenciones masivas, torturas y asesinatos.
Más de 12 millones de personas -la mitad de la población- se han visto obligadas a huir de sus hogares durante la década de guerra. Hay más de 100.000 de los llamados "desaparecidos", personas que fueron capturadas por las fuerzas de seguridad y cuyo paradero aún se desconoce.
Mientras el régimen parasitario desangraba al país, incluso los miembros de su propia comunidad minoritaria alauita, que habían enviado a sus hijos a morir en la guerra de Assad contra su propio pueblo, se habían desmoralizado y perdido la esperanza después de años de problemas económicos y sociales.
La desaparición de Assad será una excelente noticia para los muchos millones de personas que sufrieron bajo su mandato al negarse a negociar un acuerdo político con sus oponentes que podría haber estabilizado el país y haberlo situado en una trayectoria diferente.
Pero la masiva efusión de júbilo se verá atenuada por la cautela ante lo que se avecina.
La ofensiva fue dirigida por la fuerza rebelde más poderosa, Hayat Tahrir al-Sham (HTS), un grupo islamista que es una antigua filial de Al Qaeda, designada organización terrorista por la ONU, EE.UU. y otros Estados. Su líder, Abu Mohammad al Yolani, que declaró públicamente su deseo de conquistar Damasco y ahora parece ser el cabecilla de los combatientes, perteneció en el pasado al Isis y se ha ofrecido una recompensa de 10 millones de dólares por su cabeza.
Durante los seis años que HTS lleva gobernando la provincia noroccidental de Idlib a través de un gobierno dirigido por civiles, ha intentado proyectar una imagen de un movimiento islamista más moderado. Pero ha mantenido el control con mano de hierro y las agencias de la ONU han documentado muchos casos de abusos.
Si Jolani, de 42 años, logra gobernar, las potencias occidentales y los organismos internacionales se enfrentarán a un dilema sobre cómo deben relacionarse con él y con HTS.
Pero HTS es sólo uno de los numerosos grupos de la oposición que han participado en el asalto. Y en el pasado, las diversas facciones se han enfrentado entre sí.
En la última ofensiva, hubo coordinación entre HTS y facciones apoyadas por Turquía que operan bajo el paraguas del Ejército Nacional Sirio, y otros grupos que rodearon Damasco desde el sur.
Sin embargo, la verdadera prueba llegará cuando las facciones busquen repartirse el botín de la victoria y el poder.
Malik al-Abdeh, un analista sirio, asegura que se consuela con el hecho de que la rebelión parece haber sido claramente coordinada entre HTS y los otros grupos, describiendo el asalto al régimen como un "plan de demolición controlada".
Aparte de los grupos rebeldes musulmanes sunitas, hay fuerzas lideradas por los kurdos -a los que EEUU respaldó en la lucha contra el ISIS- que controlan una franja del noreste de Siria.
Turquía, sin embargo, las considera una extensión de los separatistas kurdos que han luchado contra el estado turco durante décadas.
Las tropas turcas han estado desplegadas durante varios años en el norte de Siria para hacer frente a los militantes kurdos y sus vínculos con los grupos rebeldes sunitas. Esto significa que Ankara es posiblemente el actor con más influencia en su país vecino y desempeñará un papel fundamental en su futuro.
Sin embargo, Turquía tiene una relación compleja, a veces incómoda, con HTS, a la que también ha designado una organización terrorista.
Mientras tanto, Estados Unidos tiene alrededor de 900 efectivos en el país para apoyar la lucha contra el ISIS.
Además del riesgo de enfrentamientos entre los rebeldes, habrá temores de que el ISIS, que alguna vez controló gran parte del norte y noreste de Siria, intente aprovechar el caos y regresar.
Los grupos minoritarios de Siria estarán preocupados por lo que vendrá después. El país tiene una población diversa de tribus, religiones y sectas.
Durante la ofensiva, Jolani se acercó a las tribus, a los antiguos oponentes y negoció acuerdos de rendición, al tiempo que ordenaba la protección de las minorías.
Los países vecinos, incluidos Israel, Jordania y Líbano, también adoptarán una actitud de cautela, al igual que los estados del Golfo que volvieron a entablar relaciones con Assad en los últimos años y consideran que los movimientos islamistas tienen un enorme potencial desestabilizador.
A los vecinos de Siria les convenía ver a Assad debilitado, e Israel ha querido desde hace tiempo que se pusiera fin a la presencia de Irán y Hezbolá en su frontera norte. Pero también habrá preocupación por la posible perspectiva de un estado frágil y caótico gobernado por grupos islamistas.
Cuando en 2011 se produjeron levantamientos populares contra regímenes autoritarios en Oriente Medio, una ola de optimismo se extendió por toda la región, pero fue demasiado breve.
Siria se sumió en una devastadora guerra civil. En Egipto, el ejército tomó el poder en un golpe de Estado con apoyo popular dos años después de que el presidente Hosni Mubarak fuera derrocado y ahora está gobernado por uno de los regímenes más autocráticos de la región.
En Libia, hubo un fugaz coqueteo con la democracia antes de que las facciones armadas rivales se enfrentaran entre sí. Ahora, la nación del norte de África sigue fragmentada y presa del caos.
El desafío que enfrenta Siria ahora que finalmente Assad ha sido derrocado es si podrá sortear los obstáculos y evitar las calamidades que asolaron a otras naciones después de la caída de los déspotas, y comenzar el abrumador proceso de reconstrucción y reconciliación.