En la mañanera del martes pasado, Sheinbaum anunció los avances logrados en sus primeros 60 días en materia de seguridad. En contraste, ahí mismo, se informó acerca de lo que parecía ser un “coche bomba” que recién había explotado en Culiacán. Al día siguiente, Omar García Harfuch se trasladó a Sinaloa y, a las pocas horas de su llegada, se logró un decomiso histórico de fentanilo.
A nadie sorprende que el tema de seguridad en nuestro país sea prioritario para todos los sectores de la sociedad y del gobierno. Sin territorio pacífico no hay gobernabilidad, bienestar, acceso real a derechos, crecimiento económico ni condiciones para un adecuado diálogo con países vecinos. Por ello, la Estrategia Nacional de Seguridad se debe perfilar como esfuerzo institucional coordinado y como anuncio cotidiano de resultados.
Reconociendo que la fragmentación en las investigaciones ha alimentado la impunidad y la inseguridad, la nueva estrategia tiene un eje: la cooperación interinstitucional. Esta coordinación involucra a la Defensa Nacional, Marina, Fiscalía General y a la Secretaría de Seguridad, aderezada ahora con nuevas facultades de investigación.
Los primeros resultados no apagan el problema; sin embargo, son prometedores: en 2 meses, la Estrategia Nacional de Seguridad ha logrado la detención de más de 5 mil 300 personas por delitos de alto impacto; ha asegurado más de 2 mil 400 armas de fuego y decomisado casi 60 toneladas de drogas, incluyendo pastillas de fentanilo; y ha logrado el desmantelamiento de 43 laboratorios clandestinos, que implican una pérdida económica para el crimen organizado de más de 14 mil millones de pesos.
Además, se han realizado operativos clave en estados prioritarios como Baja California, Guanajuato, Sinaloa y el Estado de México, donde estructuras criminales importantes han sido desarticuladas. Esto ha comenzado a reducir los índices delictivos en zonas críticas, marcando un precedente efectista con enfoque regional.
Ahora bien, la delincuencia y la violencia encontraron territorio fértil en México desde hace varios años y se entretejieron en estructuras tanto institucionales como sociales. Por ello, por más rotundos que sean los avances, la seguridad nacional seguirá siendo un panorama desafiante en este sexenio. No obstante, aquí es donde impera la importancia de la percepción.
Las narrativas importan; su éxito depende del peso con el que se impongan. A su vez, con las narrativas nace la percepción, y de la percepción viene la toma de decisiones. Por ello me parece fundamental que la Estrategia Nacional de Seguridad tenga que, además de dar resultados, dar a conocer de manera reiterada los logros y buscar con ello cambiar la percepción. Sentirse seguro es tanto o más importante que saberse seguro, porque, además, ello afecta proporcionalmente a la inversa la percepción de impunidad de la delincuencia. Así, la paz, ese anhelo histórico de la sociedad mexicana, requiere un esfuerzo constante que involucra no solo al gobierno, sino también a la ciudadanía y al sector privado.
La recuperación de territorios controlados por el crimen organizado, el fortalecimiento del Estado de derecho y la recuperación de la confianza en las instituciones puede ser ahora algo posible. El Estado tiene que dar resultados, ya está dando algunos y tendrán que venir más; y esos resultados, además, se deben dar a conocer y difundir, puesto que dar resultados y no darlos a conocer es casi como no darlos. Ahí, en la difusión, en el reconocimiento y en la narrativa, entramos todos.
La seguridad, la paz y la justicia no son lujos, son derechos que la sociedad mexicana exige y merece. Es impensable estar de acuerdo en todos los temas y avalar todas las políticas públicas; sin embargo, nuestro punto de encuentro es ver que la estrategia de seguridad coordinada es un paso en la dirección correcta y que su éxito dependerá también de la voluntad colectiva para sostener, confirmar y difundir este esfuerzo.