Le costó al Real Madrid dar señales de vida en San Mamés y cuando las dio, en la segunda mitad, cuando por fin encontró el camino hacia la portería del Athletic, Fede Valverde, el futbolista más fiable que tiene Carlo Ancelotti en la plantilla, se pegó un tiro en el pie. Estaba ya jugando de cinco porque Carlo Ancelotti había dado la vuelta a todo el equipo en busca de soluciones y de constantes vitales. Y puede que no sea su posición: quiso hacer una virguería donde hay que ser conservador. Se equivocó, porque todos nos equivocamos, y el Athletic se puso otra vez por delante, pero esta vez ya para no perderlo.
Lo hizo mal Fede Valverde, en una posición y en un momento en el que es imposible no señalarle, pero no fue, ni mucho menos, el peor del Real Madrid en otro partido grande de la temporada que le quedó, eso, grande. Tiene un problema para competir el equipo de Ancelotti, el mismo que en los últimos años ha sido un animal competitivo, un grupo de jugadores que conocía como nadie los resortes de los momentos importantes. Ahora, si se le pone el choque cuesta arriba, y si encima, no está Vinicius, le cuesta un mundo dar la cara.
Le costó en San Mamés porque tiene futbolistas que no dan el tono. El primero, y es duro, es Mbappé, que pasa por una crisis existencial inesperada. Tuvo tres tiros a puerta el francés, nada más. El primero, después del gol del Athletic, un balón franco que le puso Rodrygo a la altura del punto de penalti, aunque algo ladeado: tiró con el interior, sin fuerza, sin colocar, un tiro tan desangelado como su comienzo en el Madrid. El segundo fue el penalti: esta vez, a diferencia del encuentro contra el Getafe, sí que lo tiró él. Se ha dicho que no fue valiente. Porque ser valiente, por los visto, es una virtud más importante que la prudencia. Cogió el balón y lanzó el penalti mal, como en Liverpool, como si alguien le estuviera haciendo vudú y fuese ya una cosa sobrenatural e inexplicable.
Por lo menos, arregló parte de su partido con el tercer tiro, el mejor, sin duda, desde fuera del área, muy fuerte. Provocó el rechace del guardameta del Athletic y allí apareció Bellingham, como el año pasado para empatar el partido, cerca del minuto 80 y soñar con una remontada, tan típica de un Madrid con carácter.
Eran diez minutos para tener esperanza, después de un partido en el que el Real Madrid ni pudo tener esperanza. Su primer tiempo en San Mamés fue como si no hubiera existido. Estuvo correcto atrás, evitó que los de Valverde, tan feroces al principio, como se esperaba, marcasen; pero es que el Madrid no pisó terreno rival, como si tuviera un muro que le impidiese pasar: una frontera construida por su propia incompetencia.
Ancelotti pintó al equipo con Tchouameni en el centro del campo, al lado de Ceballos y con las sorprendente titularidad de Fran García en el lado de Mendy. Se suponía que era un partido para el segundo, porque el entrenador ha repetido que es un gran defensor. Fue más que una decisión, fue una advertencia para el francés. Sin embargo, Fran García tampoco estuvo especialmente brillante.
Fue mejor el Athletic, con más personalidad, con más ganas y sin dejar salir al rival. La presión ahogaba al Madrid, que se sostenía con Rüdiger y Asencio.
Quizá llegar sin goles al descanso era el aviso de que llegaba la reacción. Así ha sido tantas veces. Pero este Madrid no es el de tantas veces. El que marcó fue el Athletic en una jugada que se sabía que iba a pasar: un centro hacia dentro de Iñaki Williams y un remate de Sancet llegando desde atrás.
Ancelotti hizo cambios. Sacó a Brahim y en vez de quitar a Tchouameni, siguió con su tradición, que empieza a estar en entredicho y sacó del campo a Ceballos, que estaba siendo mejor, sin exagerar, que su compañero.
Cuando de verdad mejoró el equipo blanco, cuando se dio cuenta que había un partido y que tenía que presentarse a jugarlo fue cuando Modric tomó el mando de la situación y junto a Brahim consiguió que la pelota circulase en el sentido adecuado, hacia la portería contraria.
Fue un Madrid con un poco más de intención, que encerró al rival, que empató, que quiso de verdad. No salió porque Valverde erró en una decisión cuando no debía. Ocho minutos después, Ancelotti sacó al campo a Güler y a Endrick, a la vez.
Para nada.