El cierre de la
Grada d’Animació necesita una cronología reciente para entender el punto exacto del conflicto. En el paso del Camp Nou a Montjuïc, el
Espai d’Animació quedó circunscrito a una única pastilla de butacas. El sitio justo para dar cabida a 572 socios pertenecientes a cuatro agrupaciones que conforman la Grada. Todos ellos tienen el triple visto bueno: de la comisión de disciplina del
Barça, de seguridad del
Club y de los
Mossos d’Esquadra. Es la forma de asegurarse que no se cuelan radicales ni personajes indeseables. En octubre de 2023, el Club convocó a los cuatro grupos a una reunión. Se les comunicó que la
RFEF había abierto unos expedientes por algunos cánticos y actitudes incívicas. Cuando haya sanción -si la hay- el Club se lo comunicará. Los grupos piden saber de qué cánticos se trata y jamás reciben la relación por parte del Club. Ya en el presente otoño, el
Barça recibe las sanciones que ascienden a
21.000 euros por cánticos y actitudes inapropiadas. Directamente, la Junta les endilga la factura a los cuatro grupos. O pagan ellos o no volverán a entrar. Los grupos piden una reunión. Primero les dicen que sí. Luego les dicen que, hasta que no paguen, el
Club no se reúne con ellos. Pero ellos dicen que, para pagar, necesitan saber de qué se les acusa. Lógico. Pero el
Barça, en lugar de pasar la relación de hechos y cánticos, se limita a pasar una lista de partidos donde habrían coreado lo que no tocaba. Es un pez que se muerde la cola. Un sinsentido. Algo que se debe resolver hablando, poniendo cordura y entendiendo que el socio es el dueño del
Club. Porque ya vale de dejar el compromisario tras una pantalla y la grada de animación en casa.
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