El Atlético volvió a remontar en el Metropolitano. El partido ante el Alavés lo ganó por el peso de su plantilla y la diferencia de calidad de los jugadores que salieron desde el banquillo. No hay muchos equipos en el mundo que tengan la posibilidad de sacar en el descanso a dos campeones del mundo o al delantero titular de Noruega, que fue el máximo responsable de que los locales se llevaran los tres puntos. Provocó el penalti del empate y marcó el gol de la victoria.
Eso sí, de fútbol mejor no hablar mucho, porque brilló por su ausencia. Una vez más. Sobre todo hubo otra primera parte soporífera que no merece la pena mencionar. La diferencia con otros días es que este partido sí pasará a la historia, pero no por el juego o el divertimento del personal. Lo hará porque Simeone cumplía 700 partidos al frente del equipo rojiblanco. El técnico argentino cuenta con un recorrido envidiable al frente de un equipo de primer nivel. La cifra no está al alcance de prácticamente nadie y más aún en el fútbol de hoy en día. El mérito del Cholo es indudable. Cogió un equipo repleto de dudas y alejado de los mejores y lo ha hecho competir con regularidad entre la élite europea. Independientemente de lo aburrido que sea hoy su fútbol, nadie puede negar que Simeone ha dado una estabilidad, tanto económica como deportiva, al que es, sin duda, el club de su vida.
Sería fácil asegurar, sin miedo a equivocarse, que el Cholo no va a encontrar nunca jamás un club donde sea tan querido y respetado como en el Metropolitano, donde es junto a Luis Aragonés, la mayor figura de la historia de la entidad. Su sensibilidad postpartido asustó a algunos, a los que él mismo se encargó de tranquilizar vía redes sociales para confirmar que su intención es seguir al frente del club rojiblanco. El final del "cholismo" en el Atlético no está y en realidad no ha estado nunca encima de la mesa de los dirigentes rojiblancos.