Al alborear, no retornaron alegres sus cielos. Abrasaban, eran de escarlata. Se apropiaron las llamas de la madrugada, joven y vivaracha, del júbilo de sus horas. Era diciembre, del que agarrota. Quisieron arriba reclutar a noctámbulos, que en paz descansan. A unos ochenta, aquella noche. Bien se acuerda Tomás Marcos, uno de los bomberos que acudieron al número 20 de la calle Alcalá aquel día:«El mayor incendio que ha sufrido la ciudad, en cuanto a siniestralidad de personas fallecidas». Todos la recuerdan. Envuelta en nubes de lumbre, reducida a escombros. Rememora Tomás cómo la popular discoteca ardía sin control. «Aquello era un infierno. Una dotación entró por la salida de emergencia de la calle Arlabán y otra por la principal...
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