La extensa frontera entre Perú y Ecuador abarca más de 1.500 kilómetros de terreno que varía entre montañas, selvas y ríos. En medio de esta vasta geografía, hay pasos fronterizos casi invisibles para el resto del país, como La Balsa, en la región amazónica, un punto donde la actividad humana es casi escasa, pero los desafíos abundan.
A diferencia de otros pasos fronterizos más dinámicos, como Huaquillas y Aguas Verdes, el paso de La Balsa, ubicado en la provincia de San Ignacio (Cajamarca, Perú) y conectado con la provincia de Zamora de Chinchipe (Ecuador), recibe un flujo mínimo de personas y vehículos. Este paso ha sido históricamente utilizado por comunidades indígenas y pequeños comerciantes locales, pero la falta de infraestructura y desarrollo limita su potencial. Las localidades fronterizas que conecta son La Balza en Ecuador y La Balsa en Perú.
El camino por la zona es tan complejo que, debido a que la transición de la sierra ecuatoriana a la Amazonía peruana involucra una geografía extremadamente accidentada, el acceso y el transporte entre ambos países se dificultan enormemente. La cordillera de los Andes forma una barrera natural que divide las dos regiones, creando un paisaje de valles profundos, montañas empinadas y ríos caudalosos. Estos obstáculos geográficos hacen que los pocos caminos disponibles sean precarios y, a menudo, inseguros, especialmente en épocas de lluvias intensas, cuando ocurren deslizamientos de tierra y aumenta el caudal de los ríos.
Además, la falta de infraestructura adecuada en esta zona remota limita la capacidad de los gobiernos de Perú y Ecuador para implementar políticas de desarrollo. Lo curioso de todo es que, debido a los constantes apagones y a la inestabilidad en el suministro eléctrico en ciertas regiones de Ecuador, los habitantes de la zona fronteriza ecuatoriana se ven obligados a recurrir a la señal peruana para acceder a internet.
La conexión entre los dos países a través de esta frontera sigue siendo un reto logístico, lo que perpetúa el aislamiento de muchas comunidades y, al mismo tiempo, facilita actividades ilícitas como la minería ilegal, el contrabando y el tráfico de sustancias.
En las zonas circundantes a este paso fronterizo, el control estatal es escaso, lo que ha permitido la proliferación de actividades ilegales, principalmente la minería informal e ilegal. La extracción de oro y otros minerales ocurre en condiciones precarias, lo que genera no solo conflictos sociales, sino también un impacto devastador en el medio ambiente, como la contaminación de ríos y la deforestación.
La ubicación remota y la débil presencia de autoridades facilitan el tránsito de maquinaria, insumos químicos (como el mercurio) y minerales extraídos. Además, estas actividades se relacionan con redes de contrabando y tráfico ilícito, lo que incrementa la inseguridad en la región.
Además, en 2022, se reportó una gran cantidad de inmigración venezolana ilegal por la zona de La Balsa, lo que incrementó la presión sobre las autoridades de ambos países y reforzar el control fronterizo.
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La población local, compuesta mayoritariamente por comunidades indígenas y campesinas, enfrenta un problema por parte de las autoridades de ambos países. Estas comunidades dependen de actividades de subsistencia y, muchas veces, se ven obligadas a trabajar en la minería informal debido a la falta de opciones económicas. Esto no solo las expone a condiciones laborales peligrosas, sino que también genera tensiones sociales y conflictos por el control de los recursos naturales.
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A pesar de los acuerdos de paz firmados en 1998, que pusieron fin al histórico conflicto fronterizo entre Perú y Ecuador, esta zona sigue siendo un desafío para ambos países. Se han llevado a cabo esfuerzos conjuntos para monitorear la minería ilegal y mejorar el control fronterizo, pero la falta de recursos y la complejidad del terreno dificultan la implementación de soluciones efectivas.