Resulta una enormidad, pero el análisis muestra que los negocios internacionales relativos a la agroproducción han generado desde que se inició el siglo XXI un billón de dólares.
Para ello debe computarse que las exportaciones argentinas de origen agropecuario (sumando los mal llamados productos primarios y las manufacturas de origen agropecuario) acumularon desde que comenzó el siglo (proyectando resultados anuales de 2022) un total de 785.000 millones de dólares. Esto, sumando más de 300.000 millones de las exportaciones de bienes "primarios" a los casi 500.000 de manufacturas agropecuarias.
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Y más significativo aún es considerar que -al ser el agroproductivo un complejo que requiere de pocas importaciones para su funcionamiento- puede estimarse que el sector ha sido un destacado generador de dólares netos: en lo transcurrido del siglo la diferencia entre los dólares comerciales percibidos (exportaciones) y los requeridos para la producción (importaciones) ha sido favorable en más de 650.000 millones.
La Argentina genera, con los precios de estos días, más de 55.000 millones de dólares en ventas externas al año de los complejos agroproductivos. De las 50 mayores empresas exportadoras argentinas (que exportan más de la mitad del total vendido al exterior), son 28 las que operan en el ecosistema agroproductivo. Y al menos 10 de ellas son de origen extranjero (esas 10, sumadas, exportan más de 15.000 millones de dólares al año).
Todo ello, además, permite apuntar en el cálculo de la inversión extranjera directa en nuestro país unos cuantos millones de dólares relativos a estos rubros (diversas estadísticas permiten suponer que el stock de inversión extranjera directa operando en el sistema agroproductivo orilla los 10.000 millones de dólares).
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Pero como la economía es un sistema, puede relacionarse con los negocios internacionales de este rubro a los "socios" de una arquitectura abierta (bancos que financian, automotrices y productores de maquinaria que proveen, logística que asiste, servicios profesionales que soportan, energéticas que alimentan, servicios técnicos que complementan -entre ellos los tecnológicos muy sofisticados-, negocios paralelos en los que se invierte).
Se puede concluir que en lo transcurrido del siglo XXI en Argentina se ha generado un billón de dólares relativos solamente a los agronegocios internacionales.
Por caso: es creciente la cantidad de empresas del denominado "sector tecnológico" que son parte del ecosistema agroproductivo. Empresas como las generadoras de oferta biotecnológica, o esa nueva creadora de aplicaciones para celulares "rurales", y una que mediante el procesamiento de imágenes mide parámetros de calidad de granos, y otra que a través de bigdata optimiza la gestión del riego, o aquella que promueve el financiamiento colectivo de productores a través de nuevos soportes tecnológicos, y una que permite el monitoreo de ganado en tiempo real, y hasta esa que provee información meteorológica enfocada y aplicada.
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Y hay más: productores innovadores exportan know-how a África y Latinoamérica para desarrollar las mejores prácticas; redes espontaneas suprafronterizas de actores del sector comparten datos y crean saber a través de internet -cuyo valor económico es creciente pero de difícil mensura- y desarrollan capital intelectual internacional; y hasta universidades argentinas reciben alumnos extranjeros para cursar carreras relativas y turistas externos vienen a constatar la ruralidad productiva.
Toda esta referencia no pretende ser un mero racconto. Por el contrario, pretende advertir que, en el nuevo mundo de esta disruptiva tercera década del siglo, los países están redefiniendo perfiles por exigencia de nuevos escenarios geopolíticos. La cuestión climática, la crisis alimentaria, la convulsión energética, los desafíos sanitarios; todo reperfila el rol de países como el nuestro.
El mundo asiste a una combinación de 5 cambios sustanciales: la revolución tecnológica (la economía del capital intelectual), el liderazgo de empresas disruptivas (aun por encima de las políticas públicas nacionales), un nuevo escenario geopolítico (con nuevos factores de poder e influencia emergentes), una consecuente mayor relevancia relativa de exigencias y estándares cualitativos para actuar en la economía mundial (estándares sanitarios, ambientales, sociales, corporativos, de seguridad) y una consecuente inestabilidad consolidada (precios y cotizaciones, tipos de cambio, valuaciones relativas, relevancia cambiante de eslabones en cadenas de valor).
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En este nuevo marco, los países re-desarrollan su acción en base a sus atributos.
Y resulta curiosa la combinación de ignorancia, desidia, mezquindad y malentendidos con la que nuestro país ha tratado este sector.
Mas bien, Argentina debería advertir una oportunidad para multiplicar el negocio del billón de dólares. Lo que requiere volver a pensar para actuar.
Enseñó Clausewitzs que la diferencia entre la estrategia y la táctica es que en la primera se piensa antes de actuar y en la segunda se actúa mientras se trata de pensar.
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