Hace pocos meses atrás, en vísperas de la IX Conferencia sobre Seguridad Internacional, que se realizó en Moscú entre el 22 y el 24 de junio el coronel general Alexander Fomin, viceministro de Defensa de Rusia declaró en una entrevista para RT que se podía “observar la formación de un nuevo orden mundial”. Para sostener su punto de vista argumentaba que había una tendencia por llevar al mundo a una nueva guerra fría y a una nueva bipolaridad.
El viceministro ruso aseveró que en la actualidad se está produciendo “una destrucción sistemática del sistema establecido de relaciones internacionales [y] de la arquitectura de seguridad”, mientras paralelamente disminuye “el papel de las organizaciones internacionales como herramientas para la adopción colectiva de decisiones en el ámbito de la seguridad”. Con preocupación señalaba que estaban apareciendo novedosas armas que alteran de forma radical el equilibrio de poderes en el planeta, llevando el conflicto a un terreno distinto al tradicional, el cual incluye la consideración del espacio y el ciberespacio como escenarios de guerra, lo cual está obligando a cambiar los principios y métodos para su ejecución.
Estas declaraciones, hechas por el segundo jefe de una de las fuerzas armadas más poderosas del planeta deben ser tomadas en cuenta con mucha atención. Aunque apuntan a un análisis de largo plazo y se produjeron solo unas semanas antes de la hecatombe estadounidense y de la OTAN en Afganistán, hay que observar que este hecho ha comenzado a generar una serie de tendencias interesantes en torno a la dinámica internacional global que deberían estudiarse en términos de coyuntura sin obviar que también podrían tener influencia desde el punto de vista estratégico.
El “terremoto” en Afganistán ha provocado ondas expansivas que a contrapelo de las tendencias de los últimos años parecieran estar señalando un ambiente más positivo en el planeta. Sin querer “cantar victoria” ni “echar las campanas a volar”, tampoco se deben soslayar en el análisis, ciertos hechos positivos en el escenario internacional que, de transformarse en tendencia, podrían señalar un rumbo distinto para la humanidad, siempre y cuando China y Rusia sigan asumiendo su responsabilidad como garantes de la paz y la estabilidad mundial.
Septiembre ha traído manifestaciones asombrosas, impensables hace solo unas semanas atrás: ¿consecuencias de la debacle en Afganistán?, ¿pragmatismo estadounidense ante su crisis económica?, ¿temor en Europa de seguir asumiéndose como apéndice de Estados Unidos, incluso a costa de afectar a sus propios ciudadanos?, ¿avance indetenible de China hacia su transformación en primera potencia mundial?, ¿constatación en Occidente que la alianza Rusia-China transforma este bloque en opción de futuro a partir de una mirada distinta de las relaciones internacionales?, ¿todas las anteriores? Las respuestas de estas preguntas apuntan a dar pautas de análisis para observar la realidad de mejor manera. Veamos algunos hechos:
Como estamos hablando de hechos extravagantes, la respuesta a Borrell vino ni más ni menos que del secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg quien dos días después opinó que la creación de una fuerza de reacción rápida podría “dividir a Europa”. Stoltenberg se mostró a favor de elevar los instrumentos europeos en materia de defensa, pero sin que estos “sobrecarguen los escasos recursos” de los aliados de la OTAN. Su argumento se basa en que siendo válido que Europa haga mayores esfuerzos para su defensa, estos nunca van a reemplazar a la OTAN, por lo que el Viejo Continente debería asegurarse permanecer unido a Estados Unidos.
El renacimiento de la doctrina De Gaulle que opone el europeísimo al atlantismo de la OTAN, pone de relieve las grandes contradicciones que aquejan a las élites europeas, augurando un debate de imprevisibles consecuencias.
Milley dio a conocer en el citado libro que su decisión estuvo basada en una llamada telefónica que le hiciera la presidenta de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi, quien le manifestó su preocupación por la posibilidad de que “un presidente inestable” ordenara acciones militares o incluso un ataque nuclear. Pelosi le dijo a Milley: “Sabes que está loco. Ha estado loco durante mucho tiempo”, ante lo que Milley se mostró “de acuerdo en todo”.
Resulta difícil constatar que el planeta estuvo en manos de un “loco” (Ver mi artículo del 22 de abril de 2020 ¿Está el mundo en manos de un sicópata?) y mucho más impactante de digerir, que el mundo haya estado al borde de un holocausto nuclear. En esa medida, el paso de ello a una conversación telefónica amistosa para allanar el camino a la cooperación, es una noticia de la mayor importancia para toda la humanidad.
Evaluar que una guerra contra China y Rusia podría conducir a una derrota, o cuando menos a “consecuencias devastadoras”, inaugura una nueva época en el tradicional discurso guerrerista y triunfalista que ha caracterizado a los altos mandos del Pentágono en las últimas décadas y señala un cambio –al menos retórico- en su impronta belicista.
Si bien es cierto que se deben saludar estas manifestaciones de distensión en el escenario de la confrontación global entre las potencias, los países del sur deben mantenerse alerta porque estas aseveraciones dicen relación con el intento de impedir una confrontación directa entre poderes mundiales además de abrir ciertos espacios a la negociación y la cooperación entre ellos. Sin embargo, el talante agresivo de los países imperialistas y colonialistas no se ha modificado y, sobre todo en América Latina siguen mostrando su condición intervencionista, belicosa y pendenciera.