Era velocista. Muy buen velocista. Y quizás se nos fue con la urgencia de los de su especie. Alguien desde el cielo no quiso esperarlo por más tiempo. Y lo llamó como suelen hacer estas cosas los funcionarios celestiales: sin que sepas nada, sin que presagio alguno anticipe la tragedia, dejando el encargo en manos de un destino cruel y nada justo. Miguel Ángel Gómez Campuzano, llamado a ser una estrella internacional en velocidad, a la altura de los grandes atletas de la especialidad, dejó su vida junto con la de su novia, Aurora Pacheco, en una curva maldita de la carretera de la sierra de Aroche. La moto que conducía derrapó, se deslizó hacia el arcén y un quitamiedo...
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