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«España tiene sentimiento de culpa por lo que pasó en el Sáhara Occidental»

Abc.es 

Pablo-Ignacio de Dalmases (Barcelona, 1945) fue el último director de «Radio Sáhara» y el primer y último director del periódico «La Realidad», los dos medios que en la fase final de la presencia española en el Sáhara Occidental intentaron preparar a la población autóctona para la autodeterminación, deseo que sería frustrado cuando Madrid, preocupado por la inminente muerte de Franco, cedió, el 14 de noviembre de 1975, la administración del territorio a Marrucos y Mauritania. El periodista, antes de ese fracaso, se entregó a su difícil tarea con la complicidad del secretario general del Sáhara Occidental, el coronel Rodríguez de Viguri, y con una estrechez de recursos que supo suplir con ingenio, hasta que los acontecimientos históricos y la oposición a su trabajo se le echaron encima sin remedio.

Hace un par de semanas, el periodista repasó esa etapa durante la presentación del informe de la sección española de Reporteros Sin Fronteras (RSF) sobre la falta de libertad de prensa en el Sáhara Occidental, un trabajo donde se denuncia que Marruecos castiga y persigue a los periodistas que pretenden informar sobre el día a día del territorio. «España tiene una deuda», señaló el presidente de la organización, Alfonso Armada. Los recuerdos de Dalmases llegaron tras la intervención de los otros ponentes. Sus memorias, contadas con gracia ese día ante un auditorio sorprendido e interesado por su aventura, están recogidos en «Huracán sobre el Sáhara» (Editorial Base, 2010), el libro sobre el que versa esta entrevista, hecha por teléfono.

Su libro comienza en el año 70, con la desaparición y asesinato de Bassiri, al que califica de «primer líder de la independencia saharaui». Incluso explica que hay dificultades para encontrar documentación sobre él.

Hay muchas versiones sobre el asesinato de Bassiri. Yo reproduzco la más verosímil y mejor explicada, que es la que contiene un libro llamado «Historia prohibida del Sáhara español», de Tomás Bárbulo. Es la interpretación que me parece más plausible.

Considera que la muerte de Bassiri fue «un crimen de Estado» cometido por España. Y también establece una clara diferencia entre la situación del Sáhara Occidental en el año 70 y en el año 74, cuando llega usted para dirigir Radio Sáhara y el periódico La Realidad, e impulsar desde ambos medios las tesis de autodeterminación del territorio.

El Sáhara Occidental vivió una situación tranquila e incluso se puede decir que feliz hasta el año 70. Fue el tiempo de la vida provincial. Luego, empezó a germinar el nacionalismo saharaui, que no fue entendido por las autoridades, sino reprimido de forma absurda y cruenta. A eso se sumó el asesinato de Bassiri, que podría haber sido un buen interlocutor, ya que no proponía una ruptura armada, sino una pactada y a medio plazo, con España.

Las autoridades españolas promovieron la creación de un partido, el PUNS, para controlar el proceso de independencia, pero terminó siendo un fracaso, porque el que había emergido de manera natural en la sociedad saharaui, y arraigado, había sido el Frente Polisario.

Claro. Con el asesinato de Bassiri, su movimiento queda desarticulado. La situación se estabiliza, de manera precaria, entre 1970 y 1973. Como el Gobierno español no termina de dar el paso de iniciar el proceso de autodeterminación, un grupo de saharauis decide emprender otro tipo de acciones. Es entonces cuando se preconiza la lucha armada y aparece el Frente Polisario. El Frente Polisario no nace en el interior del territorio, sino en el sur de Marruecos, en la zona de Cabo Jubi y del río Draa, que es, étnica y lingüística y culturalmente, saharaui. Son, en definitiva, saharauis de cultura francófona los que empiezan a organizarse en Marruecos y Mauritania. Así se inician los incidentes armados con España.

Frente a otras potencias en África, ¿cómo fue la gestión colonial de España en el Sáhara Occidental? ¿En qué se diferenció de la de otros países?

Los saharauis dicen que los españoles entramos en el Sáhara mediante un pacto. Aunque no se firmó ningún documento, sí hubo un pacto tácito. España era un país débil, con pocas fuerzas armadas y muy escaldado por la guerra con Marruecos. No estaba dispuesto a ocupar la zona a sangre y fuego. Se pactó con las tribus y se establecieron acuerdos. Casi no hubo muertos, salvo un pequeño incidente en Villa Cisneros en 1885, un asunto tribal. Pero, a cambio de la ocupación pacífica, España aceptó respetar la vida, costumbres, tradiciones, religión y lengua de los habitantes. Se cerró los ojos con la esclavitud, que existió hasta la retirada de España.

Sostiene que el Sáhara Occidental prueba la división que puede existir entre la sensibilidad de una sociedad hacia un asunto de política exterior y las acciones de su Gobierno.

Sin duda. En España hay un movimiento de solidaridad. Hay conciencia de haberlo hecho mal en el Sáhara. Ese sentimiento de culpa se traduce en la campaña de Vacaciones en Paz, cuando vienen miles de niños saharauis a pasar sus vacaciones; en las caravanas solidarias, que envían camiones con alimentos, medicinas o libros, o en el apoyo a las oenegés. Las administraciones locales participan, pero el Gobierno de España, no. El Gobierno, de izquierda o derecha, no legitima la ocupación marroquí, porque eso sería ir en contra de Naciones Unidas, pero se lava las manos. No quiere problemas con Marruecos. Rabat tiene tres herramientas para chantajear a España: el tema de los inmigrantes subsaharianos, el de la pesca y Ceuta y Melilla.

Visitó el Sáhara Occidental por primera vez en mayo de 1971, ya nombrado delegado provincial de Cultura en Barcelona. En ese capítulo, cuenta algo sorprendente sobre el auge del nacionalismo en el territorio: «El Servicio de Información Militar sabía que los hogares del yugo y las flechas eran un vivero nacionalista». Es decir, que la Falange contribuyó de alguna manera a la independencia.

La explicación es compleja. Durante la época provincial, se consideraba que los saharauis eran españoles. La educación pretendía que fueran como el resto de ciudadanos del país. Así que se instauraron dos servicios dependientes del Movimiento: el Frente de Juventudes y la Organización Juvenil Española (OJE). Los jóvenes aprendieron la conciencia nacional española. Fue un cambio importante: hasta ese momento, los saharauis solo sentían identidad tribal. Con los sucesos de 1970, cuando empieza a surgir un movimiento de independencia, hay un cambio: la conciencia nacional española se convierte en conciencia nacional saharaui. Es un hecho constatable, históricamente demostrable, que buena parte de los saharauis del interior, que luego han ocupado cargos en la República Saharaui, se formaron en la OJE.

En su intervención, hace dos semanas, sobre el informe de Reporteros Sin Fronteras, también recordó que hay cuadros del Frente Polisario que hablan de manera favorable de Franco.

Posiblemente el único lugar del mundo donde se guarda un buen recuerdo de Franco es en el Sáhara. Hay ancianos que lucharon en la Guerra Civil y siempre fueron muy franquistas. La gente joven que se educó en el Frente de Juventudes sabe que, si Franco hubiera vivido, las cosas hubieran sido disintas.

¿Hay un componente socialista en la ideología del Frente Polisario?

Incialmente, sí. Es un socialismo árabe, como el argelino, el de Nasser, o el que hubo en Irak y Siria, con el partido Baaz.

Durante su trabajo en la Delegación Provincial de Cultura, organizó la visita de un grupo de saharauis a España, algo que desagradó a las autoridades. Cuenta otra anécdota divertida que describe la época: fue despedido de un periódico por publicar la fotografía de un travesti.

Sí (se ríe). Eso fue hace muchos años. Me costó el empleo. En Barcelona, en aquella época, la vida periodística era muy brillante. Había diez periódicos. Los de la mañana y los vespertinos. El Movimiento tenía dos: uno matinal, que se llamaba «Solidaridad Nacional», popularmente «La Soli», y otro vespertino, «La Prensa». Yo prestaba mis servicios en «La Prensa», que era más frívolo y estaba menos ideologizado. Se hablaba de espectáculos, de cabarés. De actividades lúdicas. Me encargaba de una sección de espectáculos con un fotógrafo. Íbamos por los locales nocturnos. Un día se nos ocurrió publicar la fotografía de un travesti, Josephine, que estrenaba nuevo espectáculo, y llevaba un vestido de pedrería. Solo se le veía la pantorrilla y el muslo. La sacamos en la zona de señoras despampanantes. Tuve mucho cuidado al redactar el texto, sin poner masculino o femenino, para que la cosa quedara en el aire. Pero al día siguiente, se quejaron. Los travestis existían, pero era algo de lo que no se podía hablar, y menos en un periódico. Me echaron.

Otro momento llamativo es cuando hacen un informe falso sobre usted en el que se dice que es homosexual y se ha fugado con un árabe guapísimo a Italia.

Sí, sí. En el franquismo, sobre todo en la última etapa, hubo una obsesión por todo lo sexual. La homosexualidad se consideraba un vicio nefando. Me acusaron de proteger gays en la Delegación de Cultura. También de escapar con un árabe maravilloso y vivir una aventura romántica. Era ficticio. Había muchos servicios de información: la Policía, el Servicio de Información Militar, el Servicio de Información de Falange. Esos servicios funcionaban muy mal. Nadie sabía que Hassán II estaba preparando la Marcha Verde. No sabían que estaba movilizando a 300.000 personas hasta que lo anunció en la radio.

Su llegada al Sáhara Occidental para dirigir Radio Sáhara y el periódico La Realidad se produce cuando logra entrar en contacto, de manera algo casual, con el próximo gobernador general del territorio, Gómez de Salazar.

Sí. En el Sáhara Occidental, el gobernador ostentaba poder civil y militar. Pero, como siempre era un general, cuidaba más de las cuestiones militares que de las civiles. El secretario general era el que tenía funciones de gobernador civil. Gómez de Salazar se llevó como secretario general al coronel Rodríguez de Viguri, que era un militar atípico: había estudiado Filosofía, sido profesor en el Instituto de San Isidro de Madrid, y funcionario en el Centro de Archivos y Bibliotecas. Luego, cuando entró al Ejército, pasó al cuerpo de Ingenieros, y se especializó en ferrocarriles. Hablaba idiomas. Era muy abierto. Establecí un nivel de comprensión estupendo. La amistad duró hasta su muerte. Continúa a través de su hija y nietos. Desarrollé mi trabajo gracias a él.

Viguri le explicó que su labor era convertir Radio Sáhara en un altavoz para la nueva política de Madrid, que consiste en preparar a la población autóctona para la independencia.

Es lo que te decía antes. Hasta los 70, el objetivo era españolizar el Sáhara. Desde la escuela y la radio. Cuando llegó el momento de preparar la autodeterminación, todo se transformó. También la educación. Viguri organizó un plan educativo destinado a promover la conciencia nacional entre los jóvenes. En la radio, lo mismo: había que arabizarla, y darle contenido político. Marruecos estaba haciendo una campaña de propaganda muy intensa a favor de las tesis anexionistas. Y eso hice.

Prácticamente, se produjo una batalla informativa entre las radios marroquíes y Radio Sáhara.

Marruecos estableció una emisora en Cabo Jubi, a unos 150 kilómetros de El Aaiún, para hacer propaganda entre los saharauis. Hubo una guerra de las ondas muy divertida. Teníamos un comentarista político, Hassan Daudi, que polemizaba con la emisora marroquí. Guardo casi un año de textos sobre los comentarios que salieron en Radio Sáhara.

¿Las intervenciones de Daudi tenían que ser traducidas, no?

Claro. Había que informar al Gobierno de lo que se decía en árabe en Radio Sáhara. José Miras, el señor Miras, lo escuchaba y hacía un resumen en español.

¿Cómo era la vida en El Aaiún, donde usted vivía? En el libro, habla de una sociedad jerarquizada, donde convive con el «búnker de arena», con los militares, reunidos en el casino...

Era una sociedad muy militar, y, en consecuencia, muy estamental, porque la gradación, para los militares, es sagrada. El franquismo no era un régimen militar, pero las Fuerzas Armadas tuvieron un papel protagonista. Ese protagonismo era absoluto en el Sáhara, donde los militares no fueron capaces de abandonar la idea de que el territorio era español. Rechazaron a la independencia. Y manifestaron su oposición haciendo la vida imposible a Viguri, el secretario general, y a sus epígonos, fundamentalmente a mí, que era el mensajero.

La situación se volvió particularmente difícil para usted cuando creó y comenzó a publicar el periódico «La Realidad», que fue el único de ese tipo que hubo en el Sáhara Occidental durante el periodo de presencia española. Explica que el sueño de cualquier periodista es fundar un periódico. ¿Cómo asumió ese reto?

Para un periodista, montar un periódico es la máxima ilusión. Yo lo hice así, con la máxima ilusión, pero con los mínimos medios. En El Aaiún no había más que una imprenta, la del Gobierno, que tenía una máquina plana. Viguri me pidió que el periódico tuviera textos en árabe. Pero en la imprenta no teníamos tipos móviles árabes. Se lo expliqué, y me dijo: «Invente usted». Como en Radio Sáhara teníamos máquinas de escribir árabes, pedí a un redactor que me mandara en un folio limpio, sin corrección alguna, los textos. Ese folio en árabe se llevaba a la imprenta y se insolaba como si fuera una fotografía. Con ese remedio, pudimos hacer una publicación bilingüe.

Es su trabajo en «La Realidad» el que termina causándole varios problemas.

La primera detención se produjo en el verano de 1975, cuando ya había mucha tensión política. En El Aaiún circulaban octavillas, sobre todo del Frente Polisario. Como sus primeros dirigentes no sabían hablar español, estaban mal redactadas. Luego aparecieron otras bien escritas. Yo ya tenía mala fama entre los militares: no apoyaba al Frente Polisario, pero tampoco lo denostaba. Así que la Policía Territorial pensó que esas octavillas escritas en buen español las tenía que haber hecho yo. Hicieron un registro, y, en la emisora, encontraron una multicopista, que ya no se utilizaba, pero que tenía el bombo con tinta fresca. Parece ser que la había utilizado algún saharaui que había colaborado con Radio Sáhara. Me suspendieron tres días de empleo y sueldo. La investigación demostró que yo no tenía nada que ver, pero fue un primer tropiezo. El segundo se produjo con el cierre de La Realidad. Los militares me acusaban de haber dado alas al Frente Polisario, de haber provocado que los saharauis se revolucionaran contra España por la noticia que había publicado. Me encerraron en una cárcel. Cuando me sacaron, me dijeron: «Vete del Sáhara en 48 horas o te mataremos».

Fue cuando usted publicó en la portada de La Realidad la siguiente noticia, con este titular: «Muley Abdal-lah, hermano de Hassan, rechazó cualquier posibilidad de autodeterminación para los saharauis».

Exacto. Era una noticia de la agencia Efe que en España estaban publicando todos los medios.

Pero no se lo perdonaron.

No era la tesis de Rodríguez de Viguri, que era mi jefe. Pero me pilló en un mal momento, porque, aunque Viguri seguía teniendo el cargo, estaba tan indignado con el sesgo que estaban tomando los acontecimientos que se fue a Madrid para dimitir, aunque no lo aceptaron, y volvió al cabo de una semana. Yo, para entonces, ya estaba destituido. Con lo cual, no pudo hacerme de parapeto.

¿Cómo se precipitó la salida de España del Sáhara Occidental?

Diría que se juntaron una serie de factores concurrentes, algunos puramente accidentales e imprevisibles. La intención de Madrid se torció porque Marruecos realizó una política de retrasar el referéndum, pidiendo ante la ONU que se sometiese la cuestión al dictamen del Tribunal de La Haya. El dictamen fue favorable a los saharauis, pero ya se había conseguido el proceso un año. En el transcurso de ese año, Franco estaba seriaemnte enfermo. Entonces, cuando sale el dictamente, Hassan II lo tergiversa. Dice: «Nos ha dado la razón». Y organiza la Marcha Verde. Era un momento muy delicado en España, con ETA cometiendo asesinatos, con el Grapo... El Gobierno de Arias tuvo miedo, y no quiso empezar una nueva etapa histórica, la transición, con, además, un enfrentamiento a Marruecos. España cedió la administración y se retiró.

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