El de Johnny Hallyday no fue un fenómeno verdaderamente complejo. El suyo fue en realidad un descomunal caso de seducción, de encantamiento con millones de franceses. Así de simple. Un país entero se rindió a sus pies mientras cantaba a grito pelado canciones que de inmediato traían a la memoria a Elvis y a los roqueros estadunidenses de los 50. Motos, chamarras de cuero, botas puntiagudas, anteojos oscuros. Nada más lejos de las voces aterciopeladas, románticas y rebeldes al mismo tiempo, de la canción francesa.
Como recordaron los diarios europeos tras los homenajes que recibió el músico luego de su fallecimiento el 6 de diciembre de 2017 a los 74 a causa de un cáncer pulmonar, no fue un escritor destacado, ni un político célebre, ni un filósofo de altísimos vuelos, pero tuvo un funeral como el de Víctor Hugo en junio de 1885, cuando dos millones de ciudadanos abarrotaron las calles de París para presenciar el paso del cortejo fúnebre. Casi un millar de motociclistas llegados de toda Francia lo acompañaron el 9 de diciembre en su tránsito por los Campos Elíseos y, entre los miles de franceses que permanecieron a su lado en su funeral, estuvieron un presidente en funciones, Emmanuel Macron, y dos ex presidentes, Nicolás Sarkozy y François Hollande.
Hallyday representaba en alguna medida lo gringo que querían ser millones de franceses, aquellos que se morían de ganas de comer hamburguesas y malteadas, moverse en un Cadillac convertible, maldecir y escupir al piso, usar vaqueros y tal vez portar una pistola. Pero también en este terreno se topaba con un buen número de detractores que lo definían con sorna como el Elvis o el Tom Jones francés, que le reprochaban su gusto por el rock, el blues y el soul. Pero al final todos cayeron seducidos por su voz rasposa, su mirada felina, sus modos rudos, sus espesos cabellos rojizos, su copete, sus pantalones de piel y sus cadenas, y terminaron celebrando cada una de sus aventuras musicales, incluida su ópera-rock Hamlet-Hallyday. Hasta le perdonaron su origen belga.
En medio de la multitud de dolientes, ese encapotado día de adioses y lágrimas, Leticia, la ex modelo viuda de Hallyday, que había sufrido desde tiempo atrás las dolencias y agonías del cantante, parecía tener como una de sus principales preocupaciones dar a los medios de todo el mundo la imagen de una familia pequeña pero unida en el sufrimiento. Caminando lentamente tras la carroza fúnebre que conducía los restos del músico, mientras el escritor Daniel Rondeau definía con contundencia: “Johnny reina en el podio de la mitología francesa, entre De Gaulle y Tintín”, abrazaba a sus pequeñas hijas, Jade y Joy, vietnamitas de nueve y 13 años, adoptadas por la pareja en mejores horas.
Había conseguido para entonces que las ex esposas de su marido no figuraran demasiado en las ceremonias fúnebres, lo mismo que los dos hijos de su pasado matrimonial, David de 51, y Laura de 34. Un abrazo a los ojos de todo el mundo parecía más que suficiente. Nadie había hablado hasta entonces del legado del autor de decenas de exitosas canciones, de sus libros y películas, de las regalías que dejaban sus 110 millones de discos vendidos y sus 18 discos de platino, de sus propiedades aquí y allá, del último disco que grabó.
Los más cercanos a la estrella del espectáculo francés sabían que el 11 de julio de 2014 había dejado en claro su última voluntad en una notaría de Los Ángeles. En esta ciudad estadunidense recibió atención médica en varias ocasiones para enfrentar sus males. Allá tenía también una mansión en la que buscaba refugio cuando se sentía acosado por sus admiradores, por los productores de discos, por músicos y cantantes que buscaban su bendición. Desde 2013 pasaba allá buena parte de su tiempo libre. Descansaba, peleaba contra sus males.
En aquel testamento había legado a Leticia y a sus dos hijas unos 30 millones de euros. A David le dejó la mitad de una lujosa villa parisina que habitó al lado de Sylvie Vartan, la madre de su hijo biológico, con un valor total de unos 20 millones de euros. A Laura le financió la compra de dos departamentos en el exclusivo barrio parisino de Saint-Germain-des-Près. De cualquier modo, a la hija de su matrimonio con Nathalie Baye le había asignado desde 2004 una pensión mensual de 5 mil euros.
Tal vez el día que se abrazaron en el funeral de Hallyday los familiares del Elvis francés sabían que pronto llegaría la hora del pleito por la cuantiosa herencia. Hoy, mientras un juez francés mantiene congelados todos los bienes, la joven viuda pelea como gato boca arriba contra los hijos biológicos de su marido. Millones de euros están en juego.