Nuestro tiempo ha olvidado los mitos. Si el Zaratustra de Nietzsche proclamaba la muerte de Dios, enterrado en los sepulcros que llamamos iglesias, la contemporaneidad ha sepultado la mitología clásica y las alegorías cristianas bajo el magma del plasma de las pantallas. Pero el olvido no modifica la realidad. La única certeza es que quien murió fue Nietzsche y el «incesante y vasto universo» (Borges) solo admite explicaciones divinas que refundan los mitos primigenios, desde el big-bang, una variación sobre el «fiat lux» de la Biblia, a los superhéroes de la Marvel, que reeditan los trabajos de Hércules. El ser humano tiene necesidad del mito, pero los más bellos y profundos permanecen ocultos para él. Un campesino del medievo, que...
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