El Joy sigue ahí, alcalde, como un monumento de la arqueología festiva de un Madrid que no cesa. La cátedra de la golfemia, en los ochenta, fue el Joy Eslava. En los ochenta, y después. El Joy se lo compró Pedro Trapote a Luis Escobar , marqués de las Marismas del Guadalquivir, en el 79, cuando era un teatro, con un millón de pesetas de señal. El gentío de provincias, y de Roma, venía a Madrid a ver La Cibeles, y a ver el Joy, que era, y es, el Bernabeu del cubata, las Ventas del ligue. Inauguró este sitio la juerga insomne, enseguida tan madrileña, porque fue la primera discoteca que abría todos los días de la semana. Siempre...
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