Nos acosan con mensajes divisivos. Se nos exige, desde todos los ángulos, satanizar al que piense de manera contraria a nosotros y situarlo en el bando de los malos. Quieren que aceptemos una visión del mundo dividida en correctos y equivocados, en camaradas y adversarios, en santos y pecadores, en amigos e hijos de puta. Supongo que sería una manera cómoda y eficiente de tenernos dominados, preparados para ser manipulados y poder movilizarnos con más facilidad en el momento conveniente. Esa manipulación divisiva ha llegado hasta la tele. Ahí está la rivalidad inducida entre Pablo Motos y David Broncano que algunos alientan interesadamente.
No miro mucho la televisión pero, cuando ocasionalmente lo hago, me entretengo como cualquier hijo de vecino con los programas de variedades. Veo a Motos, a Broncano, a Wyoming, a Marc Giró, me río con ellos cuando tienen golpes de ingenio y cambio de canal cuando tienen un día malo. No admito que se me condene por ver a uno o a otro, connotándolo peyorativamente, y que se suponga que si miro a este o a aquel eso significa que soy de un bando bueno o de un bando malo.
Consciente de que gran parte del público es así, Pablo Motos siempre ha sido muy cuidadoso de no entrar en polémicas de rivalidades. Broncano empezó también de esa manera, pero, escudándose en el sentido de la comedia y la broma, se lanzó al poco a connotar con sobreentendidos al programa que competía con él en su franja. Hay que reconocer que sus rivales no perdieron los nervios y no entraron al trapo. Pero este último mes, sorpresa. El joven Broncano, siempre tan buenrrollista, nos cascó un sermón a la audiencia en que connotaba al programa rival y le acusaba veladamente de prácticas amenazadoras con insinuaciones capciosas sobre mensajes coercitivos. El berrinche, por lo visto, venía en realidad porque la competencia les había birlado un invitado. Yo disculpo la pataleta de Broncano (aunque, que te falle un invitado me parece puramente episódico) porque la presión de mantener la audiencia debe hacer flaquear el ánimo al más pintado. Pero tampoco hay nada grave en esas salidas de tono. Es tele.
Más grave es que la cadena pública TVE, al día siguiente, en sus noticiarios de la mañana, del mediodía y de la noche, recogió y amplificó (con una insistencia inusitada, tres veces al día) las acusaciones de Broncano. Vamos a ver, ese día se dieron innumerables noticias (culturales, sociales y políticas) de importancia conspicua y contrastada. ¿Y Televisión Española consideró que era informativamente imprescindible sustituirlas por el endeble enfado de David? ¿A qué se debe esa focalización tan interesada?
A nadie se le escapa que Pablo Motos en algunos casos ha criticado frontalmente desde su programa las decisiones del Gobierno. Intentar desacreditarlo creando corriente de opinión es algo que satisfaría en gran modo a Moncloa. Me temo que el proceso de convertir TVE en la cadena de propaganda gubernamental ya está en marcha y habrá que poner en el congelador las temáticas de sus noticiarios. La inspiración canónica de ese tipo de focalizaciones es TV3 en Cataluña, cadena propagandística del independentismo que evita dar noticia de los eventos culturales de diez mil catalanes si son constitucionalistas y destaca los de cien si son nacionalistas. El problema es que, en un caso y en otro, connotar o esconder a la mitad de la audiencia no puede hacerse con los impuestos de todos. Que lo hagan con sus ahorros si quieren. Los discursos divisivos de los fanáticos significan un tipo de censura parcial sobre una parte de la población y me niego a pagar eso. El censor siempre pretende hacernos creer que encarna lo decente, lo único sensato. David Broncano no debe olvidar tampoco en sus reproches que el autocensor no deja de ser un delegado del censor. Que yo recuerde, desde su boca nunca ha salido una crítica frontal al Gobierno; un Gobierno que alguna torpeza habrá cometido también de vez en cuando, ¿no?
Si lo tiene presente, esquivará el peligro de convertirse en simple títere de propaganda sanchista. Porque, al fin y al cabo, posar de revoltoso y no criticar nunca al Gobierno es algo difícilmente compatible.