Como una historia digna de una novela. Así es como el destacado cineasta chileno Cristián Sánchez describe la trastienda de “Esperando a Godoy“, una de las películas fundamentales de la filmografía criolla y que, sin embargo, pasó cincuenta años sin ver la luz.
“Todo lo que sucedió da para una novela de Kafka, tranquilamente“, afirmó el cineasta. “Hay cosas increíbles. Alguien me decía ‘hay que hacer un documental sobre cómo se rescató a Godoy, cómo sobrevivió y cómo se terminó'”.
Y es que las condiciones que propiciaron el nacimiento del filme están llenas de particularidades. “El contexto es el de la Escuela de Arte y la Comunicación, donde nosotros teníamos un taller, y habíamos pedido especialmente el segundo semestre del año 72 trabajar con Raúl Ruiz. Él era muy resistido en muchos ámbitos y sobre todo en lo académico, porque en la universidad consideraban que era una persona que no tenía la formación suficiente, según ellos, para hacer clases. Y que, por otro lado, estaba muy abocado a sus proyectos personales, de tal manera que iba, en algún momento, a dejarnos botados”, recordó Sánchez.
Tras lograr que el histórico realizador se integrara a la planta docente con un taller, el grupo formado por el director y sus colegas Rodrigo González y Sergio Navarro emprendió el camino hacia una historia que, en pleno apogeo de la Unidad Popular, ponía en el tapete la eterna cuestión sobre si la cercanía ideológica puede sobreponerse a las diferencias de clase.
A lo largo de su trama, “Esperando a Godoy” sigue a un grupo de intelectuales de izquierda que se toma un edificio con el objetivo de fundar un Ministerio de Cultura. Gesto que, sin embargo, genera desencuentros con los militantes de la clase obrera. “Lo tuvimos como profesor. Habíamos empezado a ver sus películas y después, cuando se dio esta situación del taller, nos mostró algunas películas, entre ellas ‘La explotación: el realismo socialista considerado como una de las Bellas Artes’, que era el primer título de ‘El realismo socialista’. La había montado recién, era el primer corte, duraba más de tres horas cuarenta. Una locura, pero era fantástica”, compartió el director sobre la obra, que estuvo dentro de la cartelera de FIDOCS y que se proyectará en el Museo de la Memoria y los DD.HH. el 28 de diciembre en el marco del Día del Cine Chileno.
“Y nosotros queríamos esta cuestión, desarrollar el problema de la continuidad, que lo habíamos visto en otros autores del cine moderno, en Godard, en Andy Warhol. Queríamos trabajar para que los actores, de alguna manera, no fueran interrumpidos en sus debates, en las conversaciones que tenían. Eso fue lo primero, cambiar de estilo completamente. De ahí, Raúl nos dejó en total libertad, nunca se metió, no era un profesor que estuviese encima de lo que estábamos haciendo, sino que nos dio confianza y libertad para que nosotros desarrolláramos el proyecto”, sumó Sánchez.
El entusiasmo de los jóvenes cineastas se vio cruzado por las complejidades que trae consigo una producción universitaria. Así, la convicción con el proyecto tuvo que sopesar la falta de recursos que los llevó a realizar una película que, en términos concretos, se sacó adelante gracias a la voluntad de los involucrados.
“Nosotros funcionamos por nuestra cuenta, hicimos la producción y corrimos con todos los gastos. Yo creo que es una de las pocas películas de la historia del cine donde no se le pagó a nadie. Nadie cobró nada y no me acuerdo de haber almorzado, de haber tenido café o algo de esto que vino después con los caterings. Para nosotros eso no existía. Íbamos, filmábamos tres o cuatro horas y listo, cada uno se iba para su casa”, afirmó Sánchez.
Lo mismo con los implementos técnicos: “La escuela no nos proveyó de equipos porque no los tenía. Estábamos haciendo sonido directo en una época en que nadie lo hacía. Raúl Ruiz nomás, y Patricio Guzmán en ‘El primer año’, película que había financiado la Escuela de Arte de la Comunicación y que después se convirtió en ‘La batalla de Chile‘. Era novedoso esto en Chile. Era primera vez que hacíamos esto, porque veníamos del montaje de plano corto. Los planos no podían durar más de 25 segundos. Y empezamos a pensar en quién podía tener equipos de 16 mm que puedan hacer sonido directo. Eran Pablo de la Barra, el Cine Experimental de la Universidad de Chile y el equipo de Darío Pulgar“.
“Estábamos en una situación de indefensión muy grande, dependiendo de una carencia total y con pretensiones enormes de hacer una película que nosotros sabíamos que iba a ser importante. Pero no es que haya sido por azar que salió. Teníamos una conciencia y nos decíamos ‘tenemos que hacerla porque esto es muy bueno, lo que estamos hablando. Esto no lo ha hecho nadie en el cine chileno, de relacionar la política con el arte, con el pensamiento, con lo estético’. Era por ahí donde nos habíamos enamorado del proyecto y estábamos en esa situación como de ‘El barco ebrio‘ de Rimbaud, en medio de una tormenta, sin mucho timón y esperando que las cosas resultaran”, reflexionó el cineasta.
Sin embargo, al año después llegó el Golpe de Estado y, con ello, el primer stand by de “Esperando a Godoy”. De hecho, tuvieron que pasar más de cuatro décadas para que el director pudiera recolectar las cintas que estuvieron resguardadas durante el período del golpe y para que, finalmente, se concretara la idea de darle un cierre a la historia de Godoy.
“Todo parte el año 2018, cuando la Cineteca decide restaurar las primeras películas de Cristián Sánchez, y ahí estaba ‘Esperando a Godoy’, que es su primer largometraje”, contextualizó Marcelo Morales, director de la Cineteca Nacional de Chile. “Pero lo que pasó es que entre los rollos que nos llevó Cristián no estaba completa la película. Entonces, se decidió restaurar sólo ‘Vías paralelas’, ‘El zapato chino’ y ‘Los deseos concebidos'”.
“Quedó esta pendiente, que era una película que duraba dos horas y media aproximadamente y le faltaban partes del audio. Siempre fue algo muy complejo para Cristian porque él quería recuperar la película, y estuvo mucho tiempo tratando de encontrar dónde habían quedado esos rollos de sonido. Después logró recuperar algunos, pero no todos. Y empezó a trabajar en la edición con las posibilidades de que esos rollos que faltaban de sonido quizás podían obviarse, hacer una edición en que eso no fuera importante de tener”, agregó Morales.
A pesar de todo, el filme pudo recuperarse en el marco de sus 50 años, como la película estelar de la Cineteca para el Día del Cine Chileno. Un contexto donde, además, tomaba una gran relevancia otra característica de su producción: “El camarógrafo era Jorge Müller y la protagonista es Carmen Bueno. Además era un homenaje a ellos, que Cristián quería hacer. Esta edición es su versión de la película después del rescate de los rollos y del fallecimiento de los otros dos co-realizadores, Rodrigo González y Sergio Navarro”, complementó el director de la institución.
Para Sánchez, esto último era una de las más grandes motivaciones para estrenar “Esperando a Godoy”. “Sabía que era la mejor actuación y la más gravitante de Carmen Bueno, y donde estaba Jorge Müller, además. Que, personalmente, eran amigos míos. Carmen había sido compañera en la Escuela de Teatro el año 69, seguimos juntos en la Escuela del Arte de la Comunicación y después, el 72, conocí a Jorge Müller. Y nos hicimos amigos. Había sido muy fuerte el secuestro y la desaparición de ellos. Yo, de alguna manera, me comprometí a mí mismo a salvar esta película. No tanto por lo que vale, que seguramente vale, sino también por Carmen Bueno y por Jorge Müller”, sentenció el director.
“Ese valor para mí era tremendo. No podría dejar esto porque era un testimonio y, en algún momento, tenía que salir. Y se dieron las condiciones el año antepasado, cuando le digo a la Cineteca que ya teníamos el material, que ellos se encargaran de la imagen y yo del sonido”, sumó.
Pero todo lo anterior no excluye que otra de las grandes virtudes del filme recae en la aguda contingencia que sostiene hasta la actualidad. “Los artistas e intelectuales quieren crear el Ministerio de la Cultura. Es el primer antecedente de algo que después se empezó a plantear y que nosotros intuíamos. No te voy a decir que era una discusión pública porque era algo que se había vislumbrado en algunas personas, pero lo habíamos captado, y creo que en ese sentido tuvimos antena para ver que eso era importante”.
“Y el modo chileno de expresar las cosas, el irse por las ramas, las digresiones. Todo ese clima de chisporroteo intelectual, de teorías que surgían, porque era una época muy activa y viva en eso. Creo que todo este discurso que se plantea ahí, de si priman las relaciones de clase o la posición política, si se puede ser revolucionario sin ser proletario. En todo eso hay cosas que hoy no se plantean porque el tema de la revolución no se plantea, de partida. Pero sí se hacía en ese momento. Y siento que muchas de las cosas que están ahí tienen un sentido de permanencia, no solo por la memoria, porque representa una época, que podría ser; es la primera capa de la memoria. Pero también es porque, de alguna manera, interactúa con la actualidad, hace sentido. Vemos que hay algo ahí, de la estructura de la película, de los personajes, que creo que tienen mucha riqueza”, reflexionó el director.
En ese sentido, concluyó que se trata de “la imposibilidad de que los sucesos ocurran. Se planean, se quieren y no ocurren, pero siempre está la expectativa de que van a ocurrir. Eso es lo que está en la película y lo que creo que la hace distinta a otras que puedan tomar asuntos contingentes. Pueden ser muy interesantes, pero creo que esta tiene esa médula, y eso lo habíamos planeado. Planeábamos que todas las situaciones, de alguna manera, se desbarataban. Pero estaba el deseo del personaje de seguir adelante. Una fe inconmensurable en el proceso. Es un país inconcluso e interrumpido. Ese es Chile y es el país del que no quise irme, porque tenía que seguir viéndolo, porque uno mismo es parte de él. Uno mismo es inconcluso. No me separo, lo veo con la distancia crítica”.