El diccionario de la Real Academia Española define el activismo como un ejercicio de proselitismo y acción social de carácter público, frecuentemente contra una autoridad legítimamente constituida.
Activistas como Martin Luther King jr., Rosa Parks, Marsha P. Johnson o Malala Yousafzai han inspirado a millones a ser parte de movimientos para el cambio positivo.
En una época dominada por las redes sociales y la tecnología, los medios mediante los cuales es posible difundir causas civiles han evolucionado, y el alcance de un activista a diferentes audiencias internacionales continúa creciendo.
Gracias a las amplias facilidades que trajo internet, surgió el activismo digital. Si usted frecuenta redes sociales como Instagram o X (antes Twitter), probablemente se ha topado con algún tipo de campaña propia del activismo digital. El #MeToo, que lucha contra el abuso sexual y la cultura violenta hacia las mujeres, fue fundado en el 2006 y su auge en el 2017 fue gracias a la viralidad de las redes. El #BlackLivesMatter, intervención política contra el racismo sistémico en los Estados Unidos, data del 2013, tras el asesinato de Trayvon Martin en Florida, y se mantuvo relevante ante la creciente brutalidad policial hasta el hecho más reciente: la muerte de George Floyd en Minnesota.
Actualmente, son tendencia internacional aquellos que piden libertad para los ciudadanos inocentes palestinos y un alto al fuego en la Franja de Gaza.
Estos esfuerzos se podrían interpretar como un buen augurio para la participación política de las futuras generaciones. Sin embargo, es imperativo mirar también la otra cara de la moneda.
Detrás del término activismo digital en ocasiones se disfraza desinformación o campañas políticas malintencionadas. A pesar de las múltiples décadas que han transcurrido desde el comienzo de una época dominada por internet, la ignorancia y la falta de experiencia tecnológica mantienen viva la creencia de que todo lo que está en línea es verdadero.
Debido a esto, la trascendencia de la información popular en las redes sociales tiene el potencial de causar revueltas basadas en información incorrecta o conductas antiéticas.
Un efecto secundario de la progresión de las redes sociales es la amplificación de la idealización de las celebridades. En vez de líderes de naciones, quienes tienen más influencia entre los jóvenes suelen ser aquellos sectores más “entretenidos” de la élite global; futbolistas, cantantes y actores conforman la lista de los más seguidos y discutidos.
Son puestos en un pedestal por quienes los siguen y, en muchos casos, sus seguidores consumen noticias exclusivamente relacionadas con tales celebridades.
La exposición que reciben las celebridades, ahora más que nunca, es inmensa. Al amplificar las voces de aquellos menos privilegiados, su mensaje llega a millones en el mundo de forma más veloz que los telenoticiarios o periódicos. No obstante, tiene otra consecuencia, ya que el público espera que la gente famosa practique el activismo digital constantemente y depende de las opiniones de estas para elaborar la suya.
El hecho de que alguien como Taylor Swift publique un hashtag o exprese angustia por los marginados económicamente, a pesar de su alcance, no tendrá el mismo efecto que comunicar nuestros propios problemas o solicitar a nuestras autoridades locales una reforma de lo que se debe cambiar.
De ninguna manera deberíamos desalentar a las celebridades de usar sus plataformas. En su lugar, debemos evitar depender de las opiniones de los artistas para formular las nuestras.
El activismo digital no debe practicarse dependiendo de una figura admirada, sino por preocupación y furia propias, causadas por la opresión. El consumo de noticias falsas y medios de entretenimiento como única fuente de novedades es sumamente irresponsable y dañino a largo plazo.
La profunda falta de interés en la política de una gran parte de la juventud en tiempos modernos es un causante de la efectividad de la desinformación y genera ingenuidad ante un mundo cibernético preparado para engañar y crear controversia.
Por tanto, nuestro deber es formar nuestras opiniones basadas en hechos y, si es posible, extender nuestro mensaje con el propósito de beneficiar a aquellos desfavorecidos por el mal funcionamiento de la sociedad.
Nos encontramos en un periodo en el cual la desmoralización política y el abstencionismo se incrementan exponencialmente. Un 40,65% del padrón electoral no salió a votar en las elecciones del 2022, la más alta cantidad desde 1958.
Si no utilizamos nuestra voz para expresar nuestras preocupaciones, nadie más lo hará por nosotros. Al utilizar las herramientas digitales de manera precavida, el activismo digital será clave para reavivar la pasión en los jóvenes, que mantendrán nuestro futuro en buenas manos.
ruben.06.arg@gmail.com
El autor es estudiante de secundaria.
